Crear en libertad

El puente de Varsovia aparece cuando el cine catalán -y el español- está tocando fondo. Sería un crimen no señalar su carácter de excepción. Es una película concebida al margen de cualquier oportunismo, pero no de la tradición. Y su tradición puede que no sea estrictamente cinematográfica, pero sí la de una cierta vanguardia, la que reivindica aún la importancia de crear libremente.El puente de Varsovia cuenta una historia de triángulo: ella es -también en este sentido la película es distinta- la encarnación de la ciencia. Los dos hombres son un novelista de éxito y un director de orquesta: el que maneja la palabra y el que se sirve del sentimiento o de la sensibilidad y no admite la razón como único parámetro de conducta. Hay entre ellos una disputa o enfrentamiento. A su manera, intentan poner orden en el caos, interpretar el sentido del mundo que les rodea.

La película arranca como una comedia. Luego aparece la novela imaginaria que da título al filme y asistimos a la representación de alguno de sus fragmentos. Y la película adquiere una gravedad muy especial: lo que está en juego es la vida.

¿Es posible dictar una lección de topografía a partir de la descripción de un cadáver? ¿Existe un vínculo secreto entre Wagner y una subasta de pescado en Mercabarna? Ésas son algunas de las preguntas que formula El puente de Varsovia y a las que sabe dar su respuesta, al tiempo que propone otros misterios y nos seduce con unas imágenes y una música extraordinariamente potentes.