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38ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

Miguel Delibes asiste a la reconstrucción de su largo idilio con el cine

Una de las peculiaridades de este festival es que -al revés de casi todos- no tiene una única vértebra: la del concurso de películas que buscan algún premio que les abra las puertas de los canales de exhibición. La Seminci tiene ésta y otras secciones vertebrales, una de las cuales es la exposición sistematizada del balance de una vida de dedicación al cine. Esta vez, el balance de esa tarea vital le ha correspondido al escritor vallisoletano Miguel Delibes, que asiste aquí, día tras día, a la reconstrucción de su largo, apasionado y fértil idilio con la pantalla.

El aspecto más evidente de la condición de hombre de cine que hay en este gran escritor, está en las pantallas de la Seminci, que lleva a cabo un recuento de todas las películas escritas por Delibes o escritas por otros y basadas en relatos y novelas suyas.La riqueza de esta serie de ficciones, documentos y telefilmes queda enunciada con su simple recuento: El camino, dirigida por Ana Mariscal, en 1966; Tierras de Valladolid (1966), de César Ardavín; En una noche así (1968), de Cayetano Luca de Tena; La mortaja (1974), de José Antonio Páramo; Retrato de familia, dirigida por Antonio Giménez-Rico, en 1976; El camino (1977), de Josefina Molina; La guerra de papá (1977), de Antonio Mercero; Los santos inocentes, dirigida por Mario Camus, en 1983; El disputado voto del señor Cayo, dirigida por Antonio Giménez-Rico, en 1986; El tesoro (1988), de Antonio Mercero y La sombra del ciprés es alargada (1990), de Luis Alcoriza.

Prácticamente todos los guionistas y directores de las películas de Delibes que han acudido a esta cita, coinciden en el reconocimiento de que esa especificidad cinematográfica de sus relatos es tan nítida y poderosa que prefigura, sin necesidad de distorsiones violentas del texto original, los resultados de su visualización. Es una manera de decir que hay cine dentro de su prosa; o al revés -como titula el boletín diario de la Seminci en su introducción al ciclo dedicado a Delibes- La palabra filmada.

Y quedan los hilos de otras evidencias: sus escritos sobre cine, sus trabajos técnicos el rastreo de sus artículos de crítica cinematográfica en El Norte de Castilla, periódico del que Delibes llegó a ser director.

Y finalmente también otros hilos que entran en las zonas oscuras que se esconden detrás de esas evidencias, como son el peculiarísimo ritmo -secretamente cinematográfico- de Delibes en el arte de la descripción literaria; y, más todavía al fondo, la educación de su mirada en los ritos invisibles del arte de la caza, que es tal vez la más cinematográfica de las pasiones humanas primordiales, pues en la mecánica del ejercicio de la caza hay una sutílisima ordenación temporal de tipo secuencial, de imágenes fundidas en movimientos físicos y emocionales, lo que es la esencia del cine.

Como Delibes, cazadores profundos fueron John Huston, Jean Renoir, William Faulkner, Raoul Walsh, Ernest Hemingway y muchos más fundidores de imágenes y de palabras. Delibes es, ante todo, un cazador y todo cazador es siempre un cazador de imágenes en movimiento, por lo que, aunque sin hacerlo, en su retina hay fatalmente huellas de cine.

Y el escritor asiste a esta búsqueda hacia atrás de sus pasos en el cine, en bellas palabras de Mario Camus "tranquilo, un poco socarrón, bastante escéptico y aceptando el festejo con cierta resignación".

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