Desconocido y maltratado
Larguísimo tiempo adormecido entre sus tesoros, justo como nuestro país en trance hipnótico secular, el tradicionalmente llamado Museo Arqueológico Nacional, lo sepan o no los españoles, es uno de los 10 mejores del mundo. En relación con su contenido, aún me quedo corto en cuanto a la clasificación, pero lo cierto es que, para ser, hay que existir, y el Arqueológico ha dormido el sueño de los justos, como Lázaro antes de que Cristo se acercase a Betania; esto es: más muerto que vivo.
Como quiera que a nuestros políticos les gusta el arte de alancear toros muertos, no hace mucho a uno se le ocurrió resucitar el Arqueológico destruyendo sus entrañas; es decir: no solo cambiándole el nombre, lo que es una tontería poco tóxica, sino desbaratando sus fondos, todo esto, además, con un director de pega y en plenas obras de remodelación del edificio. Hubo una airada reacción internacional ante el atentado, cuyo efecto, como la lapidación de Sakineh, está por ver si se consumará, pero, sea como sea, es triste que un museo de esta excepcional categoría todavía hoy sea tan desconocido y esté tan maltratado.
Oficialmente cerrado por un Real Decreto del 21 de marzo de 1867, la procelosa historia política de nuestro país dilató su inauguración hasta el 9 de julio de 1871, contando ya, en 1876, con 120.000 objetos. No es extraño que semejante patrimonio, constantemente incrementado, pusiera en aprietos a su primera sede en la calle de Embajadores y que fuese reubicado en la actual de la calle de Serrano, en un edificio de nueva planta diseñado por el gran arquitecto Francisco Jarreño, que se remató en 1892. Se trata, pues, de un museo centenario, que en 1936 ya contaba con 200.000 piezas, cifra hoy ampliamente sobrepasada. No solo se trata de cantidad, porque allí hay obras capitales de la prehistoria, la historia antigua y medieval del mundo occidental y, en particular, lo esencial de toda nuestra historia, tan rica en efemérides y tan multicultural. Debe llegar la hora de que, por fin, se tome en serio este museo y se le restituya su dignidad, aunque no se la pida prestada a los políticos de turno. Piénsese que, entre otras joyas, el Arqueológico conserva no solo la Dama de Elche o la Bicha de Balazote, sino maravillosas piezas de arte grecorromano y un sinfín de testimonios escalofriantes de arte medieval, con su sobrecogedor añadido de todo tipo de arte hispano-árabe.
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