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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Actualidad de los clásicos

"¿Recuerdas al ganadero al que disparé en la boca y los dientes le salieron por el cogote?", pregunta el abrumado ex pistolero Clint Eastwood / William Munny a su viejo compinche Morgan Freeman. No se vanagloria; hay en el tenso tono de su voz arrepentimiento, angustia, después de 11 años sin disparar un arma y en la vigilia de su vuelta a ellas, el canalla que nunca vaciló en disparar contra mujeres y niños reconoce que lo que hizo nunca tuvo sentido.Esos 11 años le han valido una inmerecida tranquilidad, lo han hecho padre de familia, criador de cerdos, viudo. Un sedentario, en suma; lo contrario del errante centauro de las praderas que el western ha cantado como personificación del héroe norteamericano por antonomasia Pero, como es sabido, en la tragedia siempre existen caminos de regreso: el porquero descubrirá que, como la prostituta a la que busca vengar, a él también le han dejado cicatrices. Por dentro y por fuera.

Sin perdón (Unforgiven)

Director: Clint Eastwood. Guión: David Webb Peoples. Fotografia: Jack N. Green. Música: Lennie Niehaus.Producción: C. Eastwood para Malpaso, Estados Unidos, 1992. Intérpretes: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris Jarniz Woolvet, Francis Fisher. Estrenó en Madrid: Palacio Música, Cid Campeador, Novedades, Aluche, California, Cartago.

Resulta casi inevitable hablar de crepúsculo cuando se aborda este estremecedor, vibrante, espléndido filme de ese clásico vivo que es Eastwood. Crepusculares son los planos de presentación del personaje y de clausura del relato. Pero no hay que llamarse a error: no hay en Sin perdón la misericordia exangüe que a veces preside la veta crepuscular que, desde fines de los cincuenta, cantó en el cine norteamericano el fin del mundo de los pioneros. Ni la menor concesión al lirismo. Ni el deseo de pintar como héroes a unos hombres viejos y cansados, similares a los que pueblan el final, de la carrera del maestro Ford o los más banales personajes de Peckinpah.

No hay en la cámara de Eastwood la menor complacencia con la belleza. Su estilo no se basa en la contraposición entre naturaleza agreste y el salvajismo del hombre, como hiciera el mejor western clásico. Lo que persigue es otra cosa: el contar sin concesiones su versión de ese Viejo Oeste descrito antes con la mística de la leyenda que con la honestidad sórdida y siniestra de la realidad.

El Oeste de Eastwood es duro y arbitrario, un infierno en el cual no sólo imperan la violencia y la ley del más fuerte, sino que rige la única lógica del dinero. Así, el sanguinario sheriff Daggett (Hackman, el mejor de un elenco superlativo) hace pagar a los dos vaqueros que marcan a cuchillo a la prostituta no porque lo hayan hecho, sino porque acepta la argumentación del dueño del saloon: con la cara marcada podrá cobrar menos.

Así es Sin perdón, una película voluntariamente seca, feroz, la visión sórdida de un universo que conocíamos de otra manera, narrada casi como un documental. Un ejercicio de etnología aplicada que muestra a la ferocidad en su estado más puro. Por consiguiente, su contemplación es terrible, por momentos inaguantable: véase el tiroteo que culmina con la muerte del primer vaquero. Pero, sirve para confirmar a Eastwood como un clásico: nadie narra como él hoy en día, nadie huye de lo superfluo con el mismo rigor que él, ni hace gala de un mayor desprecio por la planificación bonita, al tiempo que apuesta por la justeza del encuadre. Y para situarlo entre quienes mejor han entendido que el país en el que viven se ha construido en la arbitrariedad y la injusticia. No ciertamente con el candor interesado del mito impreso en los periódicos.

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