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Erving Goffman o la trabajosa construcción de la normalidad

No se puede hablar de sociología contemporánea norteamericana sin hablar de Erving Goffman. Y esta afirmación enfática no está sólo sustentada en el hecho de que fuera recientemente nombrado presidente de la Asociación Americana de Sociología, sino en la influencia real de su obra en las ciencias humanas.Se inscribe Goffman en una corriente de pensadores y estudiosos que ha venido a dar un vuelco esencial a las ciencias sociales. Dos líneas parecen marcar el cambio de perspectiva: la consideración del lenguaje y las funciones simbólicas como elemento central para la comprensión de las organizaciones sociales y, paralelamente, la consideración del lenguaje en su aspecto de actividad social. La antropología lingüística, la etnografía de la comunicación, la sociología fenomenológica, con Mead a la cabeza, la sociolingüística y las llamadas sociologías de la vida cotidiana -etnometodología, sociología interaccional y conversacionalistas- se encuentran implicadas en este proceso.

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A Goffman se le puede considerar el puntal de la sociología interaccional. Si es especialmente conocido por sus estudios sobre las instituciones totales, manicomios, cárceles, internados, etcétera, que han tenido una influencia decisiva en el movimiento antipsiquiátrico, no debe ser considerado un sociólogo de estas instituciones, ni siquiera un sociólogo de la desviación. Lo que le interesa de esos recintos especiales es la estructura de las interacciones que se dan en ellos y la definición de las personas que resulta de esas interacciones, como lo que le interesa de los comportamientos desviados es lo que nos enseñan acerca de la normalidad.

Rituales cotidianos

El objeto principal de la atención de Goffman es la interacción, que se encuentra en el centro de su concepción de la sociedad y de su teoría de la personalidad.

Los rituales cotidianos, las pautas de comportamiento normal, las rutinas de relación constituyen el orden social y son el punto de referencia obligado para infringir ese orden. Nuestros comportamientos más automáticos y naturales están normalizados, sometidos a reglas impensadas porque son la base de la vida en sociedad, lo que se da por descontado.

La unidad privilegiada del análisis interaccional es el encuentro, un pequeño microsistema social. En estas interacciones cara-a-cara es esencial para los participantes definir la situación, saber "qué está pasando aquí". Lo que digan, lo que hagan, los roles que adopten, el grado de implicación personal que manifiesten dependerá del significado que den al encuentro. Pero éste, a su vez, será definido por las actitudes que adopten los participantes y por la definición que den de sí mismos. El sistema social no está, en esta concepción, dado a priori de los comportamientos particulares. Las normas no preexisten absolutamente a las situaciones en que se aplican. Las personas no están definidas de una vez por todas por un carácter, un status y un abanico limitado de roles que pueden ejecutar. Este es el aspecto de esta perspectiva que más resistencias encuentra en los esquemas habituales de las ciencias sociales.

Por decirlo en el estilo aforístico que gusta introducir a Goffman entre su farragosa escritura, lo importante no son "los hombres y sus momentos, sino los momentos y sus hombres".

Por cada situación hay que encontrar una definición. En cada una de ellas jugamos papeles ad hoc, contando, desde luego, con las informaciones que el atuendo, la actitud, edad, profesión, etcétera, de los participantes nos proporcionan acerca de ellos, pero fundamentalmente reelaborando esa información según las posiciones que esos actores vayan asumiendo durante la interacción. Existen unas reglas para cada tipo de encuentro, pero los participantes negocian constantemente cuáles son las aplicables en cada momento. Un comportamiento inesperado obligará a buscar una regla según la cual sea explicable, obligará quizá a redefinir la situación en otra en la que dicho comportamiento tenga cabida. Se construye una definición de la realidad no en la estabilidad de las informaciones previas, sino como una pequeña guerra de definiciones, sobre el equilibrio precario de consensus provisionales.

Interacción estratégica

Interacción estratégica la llama Goffman, con lo que quiere significar que la relación está caracterizada por la influencia recíproca de los comportamientos y la adopción del punto de vista del otro para calibrar el efecto del propio comportamiento. Le servirán, por tanto, como modelos analógicos la teoría de los juegos, la disciplina del territorio, etología -porque en los grupos animales toda la actividad está situada socialmente y sus miembros suelen permanecer en el campo de percepción unos de otros- y la famosa perspectiva dramatúrgica, porque siempre representamos papeles para otros y porque -como ya indicara G. H. Mead- el propio yo (el self) del individuo se conforma a través de sus representaciones, de cómo los otros entienden que es y le tratan como si fuera.

Puesto que al realizar una actividad no podemos dejar de representar que estamos ejecutando tal actividad, ni evitar el adornar la representación con las expresiones más adecuadas, excluyendo las que podrían hacer que los otros atribuyeran significados no deseados, etcétera, las representaciones falsas enseñan tanto acerca de las sinceras como los comportamientos desviados, torpes o provocadores enseñan acerca de los normales y correctos.

Pero además, atender a la desviación o la incorrección tiene la ventaja de que se altera así la perspectiva habitual sobre el funcionamiento de lo obvio, dado que para quienes están, o se encuentran momentáneamente, fuera de la normalidad, la realidad más evidente deja de ser natural y se convierte en una difícil construcción consciente.

Goffman practica una observación de los microcomportamientos sociales no sistemática, naturalista, a la que se ha criticado que sea exclusivamente aplicable a la burguesía estadounidense. Sin embargo, si sus minuciosas descripciones se refieren siempre a ese ámbito, ello no impide que la perspectiva teatral, por ejemplo, sea aplicable como marco metodológico de descripción a toda organización social, entendiendo que los rituales de la interacción diferirán de una cultura a otra.

Cristina Peña-Maria es profesora de Teoría de la Información de la Universidad Complutense y especialista en semiótica.

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