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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Editores, mis héroes

Manuel Rodríguez Rivero

En cierto sentido, la historia universal de la edición podría escribirse también como la de la resistencia de editores, bibliotecarios y libreros contra los intentos de acabar con los libros y quienes los hacen. La última y lamentable nota a pie de página (por ahora no alcanza las dimensiones de capítulo, pero ya veremos) de esa infame narración enciclopédica lo constituiría el atentado contra la vivienda del editor británico Martin Rynja, propietario de Gibson Square, el sello que se ha atrevido a publicar La joya del medina, de Sherry Jones. El libro habría pasado probablemente por una de tantas novelas históricas de no ser porque los clérigos fundamentalistas se fijaron en ella, quizás atraídos por la publicidad indirecta proporcionada por Random House -el primer editor del planeta en lengua inglesa: todo un ejemplo- cuando decidió autocensurarse y cancelar el contrato de edición original bajo la sospecha de que su publicación podría ofender la sensibilidad de los musulmanes. Una vez más.

En este país sabemos mucho de censuras, autocensuras y demás formas directas o indirectas de biblioclasmo

En este país sabemos mucho de censuras, autocensuras y demás formas directas o indirectas de biblioclasmo. Y no hace falta remontarse a la Pragmática de los Reyes Católicos de 1502 para rastrear los mecanismos implementados por el Poder para controlar la heterodoxia impresa. Mi generación -y, al menos, la de antes y la de después- estuvo profundamente marcada por esa máquina de censura que fue el franquismo. Y que, por cierto, todavía no ha sido suficientemente investigada, quizás porque los historiadores han estado demasiado ocupados por la urgencia de desenterrar -y no es metáfora- oprobios más terribles.

Con el propósito de remediar algunas de esas carencias, y también de señalar caminos de investigación, se acaba de publicar Tiempo de censura. La represión editorial durante el franquismo (Trea), un libro colectivo coordinado por Eduardo Ruiz Bautista en el que, siguiendo la fructífera estela tempranamente abierta por Manuel Abellán (Censura y creación literaria en España, 1936-1976, Península, 1980), se exploran, cronológica y transversalmente, etapas, procedimientos y variedades de una de las más sórdidas e implacables represiones intelectuales a que fueron sometidos los españoles (más unos que otros: en algunos territorios afectó no sólo a contenidos, sino al vehículo en que éstos se expresaban) durante cuarenta años.

Dos grandes etapas enmarcan la censura franquista. La primera, que se prolonga con pequeños ajustes ¡desde 1938 hasta 1966! es, sin paliativos, una censura de guerra, gestionada eficazmente a través de la Jefatura Nacional de Propaganda de los rebeldes por la élite intelectual falangista (Ridruejo, Laín, Beneyto), y determinada por el principio de la absoluta subordinación de los medios de producción intelectual al Estado. Su filosofía se revela con precisión retrospectiva (1954) en una apodíctica sentencia del ministro Arias Salgado: "Entre nosotros solamente la verdad podrá gozar de libertad para ser expresada, para ser comunicada, para ser divulgada", algo que hoy podría rubricar cualquier fundamentalista, incluyendo los que agitan el Corán como suprema instancia de certeza y conocimiento.

La segunda (1966-1976) está determinada por la Ley de Prensa e Imprenta auspiciada desde el Ministerio de Información y Turismo por Manuel Fraga Iribarne, de quien quizás hayamos olvidado (y perdonado) demasiado. El camino desde el fascismo prepotente y militarista de Burgos hasta el autoritarismo torticero e hipócrita de la Ley Fraga jalona, con las herramientas legales represivas adecuadas a cada momento -de la "censura previa" a la utilización chantajista del Registro de Empresas Editoriales- buena parte de la historia de la edición española del siglo XX. Una historia, a su vez, repleta de resistencia, dignidad e ingenio por parte de los editores que tuvieron que lidiar a diario con la Administración censora. Este libro, un brillante ejemplo de la cada vez más copiosa "historiografía de la represión", es también, a su modo, una reparación y un homenaje.

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