Eva seduce en Venecia
La película de Kike Maíllo gusta (y mucho) en La Mostra.- El filme español participa fuera de concurso
Lo primero que muchos han pensado al salir de la primera proyección oficial de Eva en Venecia es cómo puede ser que la película no haya ido a concurso. Teniendo en cuenta los bodrios que se han podido ver estos últimos tres días en La Mostra y el bajísimo nivel de la competición (exceptuando los filmes de lengua inglesa que todos conocen a estas alturas) es incomprensible que una película impecable como esta haya tenido que jugar sus cartas en tierra de nadie. Hubo aplausos para la opera prima de Kike Maíllo y está claro que se los merecía ya que aunque el realizador parezca un debutante en esto de la pantalla grande, es en realidad un tipo de solvencia contrastada.
El catalán confía ciegamente en sí mismo (algo que puede verse desde el primer plano) y se revela como un excelente director de actores y un señor que ha visto toneladas de cine. Le ayuda, es cierto, un guión medido como hacía tiempo que no se husmeaba por el cine español, lleno de matices, con un gran trabajo de personajes y diálogos, dibujado con un compás pero que en realidad parece sencillo: un famoso científico (Daniel Brühl) vuelve a su casa después de muchos años de ausencia para encargarse de diseñar el cerebro de un nuevo modelo de robot. El problema es que allí le espera su hermano (Alberto Ammann) y la mujer de éste (Marta Etura): un triángulo con cuatro lados que completa Eva (Clàudia Vega).
El toque final lo da el abordaje a un género como la ciencia-ficción, que siempre es delicado, especialmente cuando se trata de convertir en trozos de metal en almas parlantes por los que el espectador sufra y sienta. Sorprendentemente, el engranaje de la película no se sostiene en los efectos especiales (que son funcionales y espectaculares a un tiempo, con una postproducción para chuparse los dedos) sino en la sólida estructura de un drama de tomo y lomo: un trío amoroso interpretado con brillantez por tres actores de solvencia contrastada como Alberto Ammann, Dani Brühl y Marta Etura.
Esta última consigue crear una fémina de la que uno se enamora instantáneamente y sin remilgos; Brühl conduce el relato y ejerce de potente detonador dramático con una interpretación de primera espada mientras que Ammann es el complemento directo que convierte una frase sencilla en una genialidad.
Ahora bien, si se habla de Eva hay que hablar también de Clàudia Vega, una niña de 12 años (diez cuando rodó la película) con trazos de femme fatale, con una capacidad de seducción francamente apabullante y que engancha al respetable como el pegamento instantáneo. Vega es una tormenta de desparpajo, con más registros de los que contiene un diccionario y una mirada que le dobla la edad. Y por si faltara algo hay que añadir a Lluis Homar en un papel maravilloso, un mayordomo mecánico con el que la empatía viene de fábrica y que Homar clava al suelo bajando al mínimo el nivel de gestualidad facial y subiendo el grado de expresión corporal. Un trabajo solo apto para profesionales de esto.
El film de Kike Maíllo es una delicada introspección de los recovecos del hombre, su -casi siempre- mal gestionada relación con el universo de las emociones y la demostración de que una película puede ser todo lo que quiera ser siempre que alguien se la crea. Maíllo se cree Eva y se nota. En la lejanía uno puede vislumbrar rastros de Beatiful girls (Eva enseñando a patinar a Álex y el propio personaje de Eva en relación con el de Natalie Portman) e -inevitablemente- de Fargo, aunque solo sea por una simple cuestión metereológica y de atmósfera. Sin embargo, al final, este es un filme único en su especie, original (de verdad) y sobre todo, tremendamente personal: Maíllo prometía algo distinto y ,desde luego, eso es lo que ha conseguido.

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