Extraña sensación de mala conciencia

La de ayer es de esas corridas que te producen la sensación de mala conciencia; allá que está el público entregado, extasiado y convencido de que está viviendo un momento histórico mientras a alguno le asalta la duda de que aquello no es más que un mal sueño, que no es posible tanto derroche de aparente felicidad, que el toreo es otra cosa y que los toreros deben ser referentes de heroicidad y categoría, y no vulgares comediantes de una farsa.
Sin duda, esta Feria de Invierno del Palacio de Vistalegre nació con las mejores intenciones, pero ojalá desaparezca pronto porque carece del más elemental sentido que en pleno Madrid, a dos pasos del exigente escenario de las Ventas se produzca una pantomima como la de ayer o la de anteayer.
CUVILLO / MORA, MORANTE, EL CID
Toros de Núñez del Cuvillo, mal presentados, blandos y nobles; destacó el sexto, al que se le dio la vuelta al ruedo.
Juan Mora: estocada trasera (ovación); estocada (silencio); casi entera atravesada y un descabello (oreja) en el sobrero que pidió.
Morante de la Puebla: estocada (ovación); pinchazo y estocada trasera (dos orejas).
El Cid: estocada (silencio); estocada baja (dos orejas).
Palacio de Vistalegre. 27 de febrero. Segunda y última corrida de la Feria de Invierno. Tres cuartos de entrada. Se guardó un minuto de silencio en memoria del torero fallecido Pepín Martín Vázquez.
Muy mal está el toreo con toros, toreros y orejas como los de ayer
Más problema aún es que la gente creía estar viendo al toreo revivido
Si una cumbre del toreo son las dos orejas que ayer cortó Morante de la Puebla; si otra son las otras dos que le concedieron a El Cid, que se pare este tren y que se bajen los escasos aficionados que aún quedan.
¡Qué intrincado es el mundo de los toreros! ¡Quién los convencerá para vestirse de luces en festivales como éste para echar por tierra su prestigio! No se puede presumir de figura y enfrentarse a seis gatitos en pleno Madrid sin que a uno se le caiga la cara de desvergüenza taurina.
Le vino bien la corrida a Núñez del Cuvillo, pues se quitó de encima seis raspas que no pasarían el reconocimiento en cualquier plaza de segunda categoría. Pero Morante, El Cid, Mora... ¡Hombre, por Dios...! ¡Qué pintaban los tres en semejante charlotada! ¿Acaso es un favor al empresario de las Ventas que solicita la ayuda de las figuras para que se muevan las taquillas de la plaza de Carabanchel?
Muy mal está el toreo con toros, toreros y orejas como los de ayer. Rematadamente mal. Morante salió mejor parado, pues los tendidos le mostraron un favor desmedido. Es un artista, nadie lo duda; todo su quehacer destaca por su embrujo, y se lució ante un torete noble y repetidor al que hizo una labor de menos a más, plagada de pinceladas, y escasamente ligada. El problema es que el toro tenía cara y hechuras de carretón; y más problema aún es que la gente creía que estaba viendo al toreo revivido.
Peor lo de El Cid. ¿Cómo se puede presentar en esta plaza con un toro como su primero, un novillo feo y borracho? ¿Quién lo engaña? Y mientras arrecia la protesta, el torero intenta ponerse bonito. El colmo. Y le tocó en sexto lugar un toro, chico como todos, pero repetidor y de contrastada nobleza, y va y lo deja en ridículo. Las dos orejas más verbeneras de los últimos tiempos las paseó ayer el torero de Salteras, dominado por las prisas, los incomprensibles acelerones y las tandas tan cortas que no supieron a nada.
Y volvía a Madrid Juan Mora tras su sonado triunfo en octubre pasado en la otra plaza. A veces, da la impresión de que es preferible quedarse en su casa para no devolver nada de lo que se ganó a ley. Es un torero diferente, sin duda; airoso en todo momento, natural, salpicado de chispas relucientes, parsimonioso y detallista. Pero hay que torear, y eso fue lo que supo o no pudo hacer Juan Mora. El público lo recibió con un cariño muy especial y el torero quiso corresponder pidiendo el sobrero; pues ni por ésas. Mucho ánimo, pero pocas ideas; buenas intenciones, pero una realidad desesperante. ¿Será esto el toreo? Lo dicho: una extraña sensación de mala conciencia.

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