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46º FESTIVAL DE BERLÍN

Isabel Coixet borda una delicia de humor y poesía en 'Cosas que nunca te dije'

Bruce Willis y Terry Gilliam defienden como gorilas la indefendible '12 monos'

Tras el respiro de un intenso y muy bien hecho western chino dirigido por He Ping, El valle del sol, la competición recuperó el aburrimiento nuestro de cada día con Portland, poquita cosa a ras de suelo dirigida por el danés Niels, Arden Oplev; y se sumergió de nuevo en el subterráneo con el infame barullo de 12 monos, dirigido (rematadamente mal) por el confuso tenebrista Terry Gilliam e interpretado por Bruce Willis (que horas después regaló un recital de música pop, que se le da mucho mejor que el cine) y Brad Pitt, inconcebible candidato a un Oscar por su simiesca composición. Por la noche, en el Atelier del Panorama, el verdadero cine volvió a la pantalla con el delicioso trenzado de humor, desgarro y poesía Cosas que nunca te dije, escrita y dirigida en Estados Unidos por la española Isabel Coixet.

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Los españoles sabíamos poca cosa, de esta joven cincasta catalana. En realidad, había poco que saber: escribió guiones de comics para Bruguera y artículos sobre cine en Sal Común y Fotogramas, dirigió en 1987 a Emna Suárez y Fernando Guillén en Demasiado viejo para morir Jóven y, después de que éste su primer largometraje pasara a engrosar el almacén. del malditismo español -este cronista no ha tenido ocasión de verlo-, se dedicó a hacer miniaturas de cine publicitario en una agencia de Barcelona.Ahí acaba el rastro de su nombre, hasta que hace cinco años Coixet se fue a afinar su oficio a una escuela de cine estado unidense y el año pasado logró allí convencer a un puñado de excelentes intérpretes para que dieran rostro en la pantalla a los personajes de un guión que escribió durante su estancia en Oregon. Probablemente le bastó para embaucar a estos profesionales en un trabajo sin salario la infalible tarjeta de presentación que es la filigrana de ese guion, una pieza de escritura cinematográfica tan bien intuida, graduada y dialogada que merece entrar en la antología dé la imagen sobre el papel. Con aportaciones caseras, algunas ayudas oficiales en Estados Unidos y lo que había entre la pelusa del bolsillo de una pequeña productora que ella contribuyó a fundar y que tiene el pintoresco nombre de Eddie Saeta, Coixet logró reunir los 100 millones cortos de pesetas -aproximadamente la mitad de lo que cuenta una producción media española- que necesitaba para hacer frente a las cuatro semanas de rodaje y las dos de montaje de, Cosas que nunca te dije.

Un enfermo crónico

Después de ver en la pantalla-el riquísimo resultado artístico de esa escasez inmediatamente des pues de haber visto la miseria que aportan a la imaginación cinematográfica los 40 o 50 millones de dólares -unas 60 películas como la de Coixet- que se ha tragado la monstruosa y trivial fantochada de 12 monos, hay que deducir con rabia y con pena que algo atroz, deforme y estúpido está ocurriéndole al cine, que le convierte en un enfermo crónico, y no únicamente de caspa.

Si la escritura de Coixet es un ejemplo de cómo dosificar y en trelazar el tacto y la audacia, el buen gusto y la economía expresiva, la imagen y la palabra, la intuición y la observación, su manera de visualizar lo que imagina es a su vez un ejemplo de eso tan difícil de encontrar en un (o una) cineasta inexperto que es la proximidad entre lo que quiere (en el papel) contar y lo que (en la pantalla) logra contar. Coixet alcanza -yes emocionante mientras se ve su película cerrar los ojos un rato para abrirlos y comprobar que entre: lo - escrito -y lo visto no hay ruptura- algo que se parece a un estado de gracia en la realización de su guión. La película -no en vano se ha hecho allí- tiene resonancias de lo que ahora llaman corriente minimalista dentro del complejo_ y variadísinio conglomerado del cine independiente americano. Y los nombres de Jim Jarmush, Gus van Sant y Hal Hartley saltan automáticamente en las bocas apresuradas tras ver Cosas que nunca te diie.

Pero, a mi juicio, esos autonriatismos son lo dicho: resonancias, porque la película lleva dentro la sensación de que, embrionariamente (ya se verá, cuando cuaje y si realmente cuaja) esta cineasta- no sólo tiene voluntad de estilo, sino estilo; de modo que su querer puede, su intentar hace, cosa muy poco frecuente en los novatos de este oficio. Observada con cuidado, la película se alza sobre esas resonancias y va más allá de ellas. El bordado poético entre comedia y melodrama, entre humor y dolor, tiene en esta joya americana del cine español sello propio e incluso quién sabe si ese rasgo de universalidad que poseen algunas obras cuando (sin proponérselo, instintivamente) proyectan sobre lo que ven lo que hay detrás de los ojos. Lo que vemos en las calles de una ciudad de Oregon, muy bien puede verse a través del tamiz de la luz barcelonesa.

El Panorama, anoche, se rindió ante la gracia y la verdad que expulsan de la pantalla las imágenes creadas por esta aprendiza y al final se peló las manos con ovaciones interminables, que eran la consecuencia natural del millar de sonrisas que durante hora y tres cuartos abrió de oreja a oreja la pantalla del Atelier.

De la monada a la gorilez

El filme chino El valle del sol es un western de tiralíneas, al pie de la letra. La tormentosa historia del vengador que llega a una posada del altiplano que separa a China de las montañas del Tibet se contempla y se devora con el mismo ritmo hambriento de que continúe que una cabalgada en el desierto de Arizona de Gary Cooper, Randolph Scott y Joel McCrea. Si Coixet nos trajo una monería (y entiéndase esto como una manera de referirme al hilar fino), He Ping nos propuso horas antes una auténtica monada (le película de acción, por duras que sean algunas de sus imágenes.Pero en esto llegaron el cachas Bruce Willis y el errático Terry Grilliam y lo mono se hizo simiesco (con perdón de los simíos, formidables vividores que se las apañan igual con o sin simia) y la monería se convirtió en gorilez, (con perdón de los gorilas, gente cabal donde la haya). Su 12 monos es una película retorcida y hueca, que confunde la acción con el ajetreo y que probablemente es tan aparatosa, estridente y estruendosa para que desde el patio de butacas no oigamoslo que en la pantalla se dice, que si se afina la oreja resulta ser un rosario de sandeces.

Estamos ante una especie de Terrninator (cuya primera entrega es una excelente y divertidísima película) escrito, realizado e interpretado de manera completamente histérica, tal vez para que la trepidación de los altavoces y de las (es un decir) imágenes que acompañan, incapacite al espectador para digerir tanta velocidad sin vértebra, tanta prisa sin agilidad.

Un espanto de los que hacen huir de los cines a refugiarse en Mozart y curarse de tanta baba, tanto vómito y tanto tenebrismo opaco e inútil. O sea, como El rey pescador, pero mucho peor. Otra delicatessen del cocinero de la programación de esta Berlinale, que mañana tiene su lunes y, con él, las presumibles sorpresas -los optimistas dicen que sustos- de la lista de premios que, a tenor de lo que hemos visto, puede ser muy divertida.

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