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'Guacheando' el español del futuro

El ambicioso 'Diccionario de americanismos' es un viaje a la rica diversidad del idioma - La obra reconoce por primera vez la pujanza de la lengua en EE UU

Javier Rodríguez Marcos

Las palabras no pagan aranceles. Cuando se implantó el euro en 2002, una de las operaciones recurrentes a la hora de ilustrar los beneficios de la nueva moneda era imaginar un viaje por la Unión Europea con un billete de 1.000 pesetas (de las de entonces, unos seis euros ahora) y comprobar lo pronto que se reducía a cero por el mero hecho de cambiar la divisa española por la correspondiente de cada país, sin llegar siquiera a comprar nada. Además de salir gratis, la mayoría de las palabras del español podrían recorrer buena parte de los 19 millones de kilómetros cuadrados -la cifra la dio García Márquez en un discurso pero parece salida de una de sus novelas- en los que se usa como lengua materna sin devaluar sensiblemente su significado.

Piña: "El 'spanglish' se reduce a medida que crece la clase media latina"
La próxima edición del léxico académico prescindirá de localismos españoles

Los alrededor de 450 millones de hispanohablantes comparten el 80% del vocabulario. El resto se arregla con el contexto, por eso cuando en España se lee que "Néstor Kirchner irá a una bóveda familiar en Río Gallegos" se entiende que los restos del ex presidente argentino serán trasladados al panteón de sus ancestros.

Por si falla el contexto ahí está el nuevo Diccionario de americanismos (Santillana) que, coordinado por el académico puertorriqueño de origen cubano Humberto López Morales, la asociación que reúne a las 22 academias de la lengua acaba de presentar en Madrid dentro de un largo periplo iniciado al otro lado del Atlántico.

Si todo diccionario es a la vez un mapa y un territorio, este -con 70.000 voces, frases y locuciones, 120.000 acepciones, 2.333 páginas y 2,7 kilos de peso- es el fruto de ocho años de trabajo y dos siglos de buenas intenciones, los que se cumplen ahora de la emancipación de las repúblicas americanas. Contra el tópico de la lengua aliada del imperio, el gran momento de expansión del español en el nuevo mundo fue la independencia y no la conquista. Hasta entonces, aunque la espada acompañara a la cruz, había primado el mandato bíblico de Pentecostés: predicar a cada uno en su lengua.

¿Y cómo se arreglan las cosas con el díscolo y polifónico 20% del idioma cuando no hay contexto ni diccionario? A veces, sonrojándose. Es lo que les ocurrió a algunos de los académicos españoles que, en 1976 y encabezados por Dámaso Alonso, entonces director de la RAE, acudieron a un coloquio en Santiago de Chile. Se acercaba el 12 de octubre y los lingüistas se encontraron la ciudad empapelada con una frase: "La polla se viste de mantón de Manila". Si a eso se suma la combinación del primer sustantivo (lotería) con el verbo sacarse (ganar) se entenderá la sorpresa de los europeos y la sonrisa con la que recuerda ahora aquel episodio Alfredo Matus, por entonces un joven filólogo y hoy director de la Academia Chilena.

A Matus se le debe el lema -"América en la lengua española"- del Congreso de la Lengua de Valparaíso, frustrado por el terremoto (o remezón) de febrero pasado, por eso le gusta repetir que "unidad no es uniformidad" y que los malentendidos que causa la "policromía" del idioma son siempre, además de humorísticos, menores: pena es vergüenza en Colombia y México, madera es insensible en casi todo el Cono Sur, playa es aparcamiento en cinco países y mañoso en otros tantos significa caprichoso. La comunicación está garantizada por más que, el viaje es de ida y vuelta, la inocente manía de los españoles de cogerlo todo -ya sea un autobús, la gripe o el toro por los cuernos- sorprenda a muchos hablantes de la otra orilla, para los que ese verbo significa, vulgarmente, fornicar.

Antes que tomate, patata, chocolate o guateque, la primera palabra de origen americano que se instaló en el español fue canoa. Y se instaló de tal forma que el Diccionario de americanismos recoge hasta 14 acepciones pero prescinde de la más común. Por otro lado, si España es un curioso americanismo (en la locución cubana España en llamas, una mezcla de hielo, sidra y ron), la América no lo es. Lo más cercano es pagar a la americana (a escote) y, en Nicaragua, el inefable American dream.

Por primera vez entre las publicaciones de su género, el nuevo diccionario reconoce "la dignidad" del español de Estados Unidos. Lo dice José Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana, para el que "el spanglish no existe, lo que existe es una variedad de la lengua española que merece todo el respeto". Sin embargo, Gerardo Piña-Rosales, director de la norteamericana (que no estadounidense), matiza a su colega: "El spanglish existe, pero se reduce a medida que crece la clase media entre los hispanos". Lo que da la razón al aviso de Antonio Muñoz Molina, novelista, académico y ex director del Instituto Cervantes de Nueva York: "El enemigo del español no es el inglés sino la pobreza".

Estados Unidos es el segundo país del mundo por el número de hablantes de español (45 millones por los 104 de México) y Humberto López Morales calcula que en 2050 será el primero. Aunque Piña-Rosales sostiene que "lo bueno no es que nos cuenten sino que contemos", ahí están la demografía, la economía -la lengua española mueve ya más dinero en EE UU que en España, donde se calcula que supone el 15% del PIB- y la política -tanto Obama como Clinton contaron con una versión hispana de sus respectivas webs como candidatos-. Y ahí están también términos como rufear (construir un tejado, de to roof), troque (camión, de truck) o, extendido a Puerto Rico y Costa Rica, guachear (observar, de to watch).

Dentro de tres años la RAE cumplirá tres siglos. Para entonces la nueva edición de su diccionario de uso general, la más panhispánica de la historia, se habrá limpiado de localismos españoles, muchos incluidos por la querencia regional de algunos académicos del pasado, como reconoce Víctor García de la Concha, director de la institución. Su sitio lo ocupará parte del enorme caudal de términos americanos. Lejos quedan ya los exóticos tiempos, 1955, en los que un futuro académico y premio Nobel, Camilo José Cela, publicó una artificiosa novela venezolana titulada La catira, traducido al castellano de Padrón: la rubia.

Gente de palabra

- Amigo íntimo: acere, bróder, carnal, cónsul, cuate, parcero.

- Boca: bemba, buceta, mascadero, pocillo.

- Desorden: balalú, milonga, quilombo, vicio.

- Dinero: aceite, candela, coima, plata, ventolín, wahinsgtones.

- Morir: aboyarse, crepar, ñampiarse, pelarla, rosquedar.

- Niño: agregado, cabro, chamaco, guagua, ishto, zambito.

- Observar: barruntar, bichar, cubicar, guachear, pispar.

- Pene: chaira, la sin hueso, magazín, pomo, pico, yuca.

- Tacaño: acamalador, poquitero, rocapeña.

- Tonto: abismado, boludo, comebasura, menso, zonzo.

- Trabajo: amarre, bosta, laburo, partai, pega, tollo.

- Vulva: araña, bemba, chapa, musaraña, pan, tatú.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.
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