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Gyenes, el hombre que sacó un millón de fotos

A los 73 años, el fotógrafo se dispone a inaugurar su 73ª muestra, un homenaje a Dalí

Con Juan Gyenes, uno no sabe si mirar sus fotografías -en su estudio guarda los negativos de un millón- o preguntarle, pues tantas fotografías son por lo menos mil historias. A los 73 años, Gyenes mantiene esa tenacidad de hombre pequeño que le ha hecho retratar medio siglo de España aunque para hacerlo haya tenido que viajar al extranjero, y se dispone a inaugurar, el miércoles, en el hotel Ritz de Barcelona, su 73ª exposición: 82 imágenes de Dalí, a quien lleva retratando desde hace casi 40 años con previsión de historiador.

No es fácil entrevistar a Gyenes. Porque a lo mejor hace una fotografía generosa y romántica en la que gustan reconocerse marquesas, actrices y bailarines, pero él es escurridizo como un embajador del Vaticano y habla como un profeta. Dice, por ejemplo: "Creo en el destino y estoy convencido de que el destino me obligó a buscar y devolver la belleza".Dice Gyenes también: "Nací con música. Mi profesión es música pues trabajo con armonía y no en disarmonía", y esta críptica sentencia cobra significado cuando se sabe que el fotógrafo es hijo de un profesor de violíti, en Hungría, y que él dejó sus estudios de música cuando comprendió que nunca podría igualarle.

Él dice que a la gente hay que retratarla como es: al médico, como médico; al Rey, como rey. Pues bien: él responde corno un espejo a la imagen de húngaro que se tiene más o menos por aquí: habla un castellano difícil, como suele ser el caso con los centroeuropeos con idiomas exagerados, y es indudable que la música ocupa en su vida una butaca de platea. Para explicar sus fotos cita oberturas o arias célebres, algunas de sus series se inspiran en Liszt, Beethoven, y para apaciguar a sus clientes y desnudarles el alma, en su estudio, les pone música. Sí, esa música que uno imagina en Budapest: Chopin, Schumannn, Brahms.

Mencionar a los llamados famosos, sobre todo famosas, que ha retratado, ocuparía varias co lumnas. El fotógrafo tiene una respuesta que muchos envidia rían cuando se le pregunta qué siente al ver tantas bellas muje res frente a la cámara. "Si a us ted le gusta el caviar" -dice- "deja de gustarle si lo come to dos los días".

Un brujo a oscuras

Caviar o no, le brillan los ojos más aún cuando evoca a Marlene Dietrich, a Margot Fonteyn -capturada acariciando un gatito en los jardines del Generafifé-, o a Ingrid Bergman. Con la Bergman se enteró de que actuaba en la obra Té y simpatía, en París, cogió una tarde un avión, vio la obra y se presentó en el camenno con su libro de imágenes sobre el teatro español. (Es su táctica de relaciones públicas: muestra libros de sus fotos de otros famosos y así conquista a los nuevos). "Resultó que Ingrid Bergman sabía más de teatro español que muchos actores españoles, de forma que congeniamos y terminamos cenando. A la mañana siguiente cogí el avión de vuelta". Él dice que de aquel encuentro no sacó nada, pero eso no es muy cierto. Sacó una foto magnífica de Ingrid Bergman.Observar a Gyenes trabajar es, en parte, descubrir sus secretos. La antesala se hace en una pequeña habitación enmoquetada yforrada de las imágenes de más nombre: Ava Gardner, Joan Miró, Picasso, Jean Cocteau, que en 1956, convaleciente de una operación, comentó al ver esta instantánea de 1954: "Si la hubiera visto entonces, hubiera sabido que estaba enfermo".

En el estudio oscuro, Gyenes se mueve como un brujo manejando cámaras de brazo que parecen los tornos de un dentista de gigantes o las grúas de un puerto de juguete. La fotógrafa del periódico le pide consejos; él ofrece el mejor whisky en copas de flores, instala al periodista entre los focos, los mueve con la fruición de la clase magistral y explica los efectos. Según comprueba el periodista en un gran espejo de ruedas, los focos relajan y consiguen algo emparentado con la magia de las luces que alejan al público, en la escena.

Niega con vehemencia la menor insinuación de que durante muchos años ha ejercido un poder fotográfico en lugares como el teatro Real, de Madrid, según aseguran algunos de sus colegas, al cobijo de sus influencias. Por el contrario, dice, "cuando en el teatro me dieron encargos oficiales, puse la condición de que mis colegas, los acreditados claro, tuvieran también acceso".

Con el mismo interés -lo repetirá al despedirse, contando con los dedos, como si fuese una lección-, rechaza la constatación casi matemática de que la mayor parte de sus retratos, de los que expone por lo menos, son los de gente encumbrada por algún motivo. "Yo fotografo a quien llama a la puerta", dice. Y en otro momento, observando, un montaje a partir del rostro de Pau Casals, un pentagrama y una bailarina: "Ésta es la única aristocracia en la que creo".

Casado con una española y abuelo de un malagueño de 1.80 que estudia segundo de ingeniería (así lo describe con coquetería de abuelo), Gyenes aprecia el trabajo de reportero gráfico -"es la manera de aprender cuándo hay que apretar el botón", dice- mas np aprueba los métodos de los paparazzi. "Que no cuenten conmigo". Y sin embargo, el truco que utilizó. para obtener la foto prohibida del futuro duque de Windsor cuando no se podía es de manual: 1933, Budapest. Gyenes, reportero de 24 horas sobre 24 en una revista, recibe el consabido encargo de su director de fotografiar como sea al Príncipe de Gales, futuro Eduardo VIII y más tarde duque de Windsor en el exilio, que visita la ciudad de incógnito en compañía de Wallis Simpson.

El reportero se sube a un andamio y espera hasta el alba a que la pareja salga de un cabaré. Toma entonces sus fotos. Pero la policía, cómplice de ese amor clandestino, acecha. En la escena tradicional, el sargento hace bajar al fotógrafo, exige su cámara, saca el rollo y le devuelve el aparato. Días más tarde se publica la foto. El jefe de la policía, estupefacto, llama a Gyenes y le suplica que le diga cómo lo hizo. Elemental: tenía dos cámaras y una la dejó sobre el andamio.

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