Hablar de música

Blancas bicicletas: creando música en los 60 (Global Rhythm), las memorias del productor Joe Boyd, llevan un prólogo del disquero Mario Pacheco, con un título vehemente: "Lo único mejor que la música es hablar de música". Le responde otro libro reciente: la reedición (Discos Crudos) de Por favor, mátame, de McNeil y McCain, historia coral del punk rock neoyorquino, que ahora incluye reflexiones y entrevistas del crítico Jaime Gonzalo. Gonzalo reprocha a uno de los protagonistas, Danny Fields, que en el tomo apenas se hable de música. Fields, un buscavidas que fue representante, se cabrea: "¡Hablar de música! La mayor idiotez que he oído nunca. Qué aburrido".
Una de las taras de la industria musical es precisamente que se hable poco de música: incomoda algo que provoca tantas pasiones. Supongo que tampoco se leen libros como éstos, que iluminan la dinámica de los movimientos creativos. El punk, por ejemplo. No conquistó entonces el mundo, como anunciaban Los Ramones, pero se transformaría en tendencia mainstream. En Blancas bicicletas, Joe Boyd evoca las condiciones que hicieron posible los sesenta: "La economía nos dejaba tiempo para viajar, consumir drogas, componer canciones y replantearnos el universo. Los mansos atacaban a los poderosos y a menudo ganaban o, por lo menos, marcaban goles. Los manifestantes de hoy parecen vasallos a las puertas del castillo en comparación con las multitudes fieramente determinadas y compactas a las que me uní en los sesenta".
Un momento: las palabras de Joe sugieren el pringoso chovinismo de los veteranos del 68. Quizás no haya tanta distancia entre Boyd y Fields. El neoyorquino lamenta que sus grupos -de Stooges a Ramones- no llegaran a arrasar. Y Boyd también suspira por oportunidades perdidas: pudo conseguir los derechos editoriales de Abba pero ¡olvidó firmar el contrato! Fields, judío y gay, no ve conexión entre el uso punki de la esvástica y el neonazismo. Sería instructivo escucharles conversar. A partir de la música, ya saben, se puede hablar de todo.
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