Historias de excesos
La versión rehabilitada de Pete Doherty triunfa en Madrid con un recital cuajado de buenos temas
Pete Doherty, uno de esos iconos autodestructivos del siglo XXI necesarios en el primer mundo, pasó esta noche de jueves como un huracán por La Riviera de Madrid al punto de que la multitud podría haber arrancado la emblemática palmera de la sala a un único chasquido de dedos del ídolo.
Al frente de Babyshambles (pequeñas ruinas), el gamberro Doherty, ex de casi todo menos de las drogas, dice, dicen, cumplió, primero, con una máxima que ya de por sí fue la noticia del evento: llegó al concierto y, además, lo dio (y hasta tocó la guitarrista solista). Nada de cancelaciones como las de 2006 en Madrid o Ibiza ni intoxicaciones previas. Estuvo más sereno que una estaca.
Tampoco debe ser fácil ser Doherty, aunque pueda dar aparentemente envidia por no trabajar en una mina pero sí haber conquistado a una en su momento, Kate Moss, otro símbolo oportuno de la sinrazón. Eso, y por una pequeña fortuna acumulada por lo que arrastra que los tabloides le tengan en la diana lucrativa de portada sí o sí, haga lo que haga, cante lo que cante, bese a quien bese.
Un tipo al que por orden judicial le impidieron seguir en The Libertines, y que por no presentarse al primer bolo dejó de ser telonero de Oasis (palabras mayores), tiene historias que contar. Barriobajeras o no tanto. Porque quizás muchas son más pijas de lo previsto. Y en la música de su banda de ?brit-pop-mod-ska? trata de hacerlo.
Como en los temas Delivery, The Blinding o Fuck Forever (gloriosa despedida): tres joyas que ya ha dejado esta formación quizás menor que la que formó Pete con Carl Barat (The Libertines) y otras clásicas del britpop, pero que tiene la convicción de ser inglesa por encima de todo. Con sus defectos de excesos y virtudes de tradición.
Y como allí se crece escuchando a The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Kinks o The Small Faces, canciones de cuna impagables, el talento como que surge con naturalidad por las venas, pese a que Doherty considere que necesita más ayuda de la políticamente debida a través de esas vías abiertas y descarnadas por la adicción.
Serio, y guapo, más alto de lo que la imaginería patria esperaba, Doherty lideró un concierto con público entregado al trasiego de birras y adorador de mitos rocanroleros como él, de esos que viajan en autopista hacia el infierno previo paso por el purgatorio en el que confiesa encontrarse tan a gusto por la recompensa del ligoteo fácil.
Aunque el de Hexham sigue fallando en los estribillos (a cada uno su punto negro), su fuerza le alcanzó para levantar el resto de cada tema. Bien acompañado por guitarra, bajo y batería, Pete Doherty cumplió con la misión: evidenciar que es un cantante de pop de posibles quizás sólo superado por una actitud ?demodé? como es la de guiarse por el legado de James Dean: ?Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver?. Casi nada en hora y cuarto.
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