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La Lidia. Feria de San Isidro

Hombres de poca fe

A pesar de la intensa y persistente lluvia que cayó sobre Madrid durante la madrugada y todo el día de ayer, se celebró la corrida. Milagrosamente, cesó el agua media hora antes de las siete y el presidente sacó el pañuelo cuando los operarios aún se afanaban en el cuidado del piso del ruedo. Estaba de Dios que se celebrara, mire usted. Pues todo el mundo se equivoca alguna vez. Si no se da, todos salimos ganando. Para empezar, nos hubiéramos ahorrado el frío, que fue de órdago. A los abonados se les hubiera devuelto el importe de la entrada, que a nadie le amarga un dulce; el ganadero no hubiera pasado el mal trago de un sonoro fracaso; y los toreros, ay los toreros, no hubieran cantado a los cuatro vientos que les falta fe, cualidad esencial para triunfar en esta difícil profesión.

La fe, como concepto taurino, admite multitud de sinónimos: autoestima, confianza en sí mismo, capacidad para superar las dificultades, afición a prueba de bombas y valor suficiente para jugársela de verdad cuando la ocasión lo requiere.

Es duro afirmarlo, pero, posiblemente, Manolo Sánchez y Eugenio de Mora están donde están -es decir, en tierra de nadie, que es como no estar- por falta de fe. Uno es torero fino y elegante, y el otro, un recio toledano. Ambos vivieron unos comienzos deslumbrantes y la vida -o tal vez, ellos mismos- los ha devuelto a su dura realidad. Manolo Sánchez lleva años intentando despegar y no despega. Ayer, tampoco. Es que no se puede despegar si sólo se pone sobre la mesa finura y elegancia. Hay que romperse, jugarse el tipo, ambicionar el triunfo y dejarse matar si hace falta. Estaba en Madrid ante un toro noblote al que ligó un par de tandas de derechazos y otra de naturales muy estimables. Y todo quedó en una faena aseada, de buen corte, pero inservible para resucitar. Tiró la toalla ante el desclasado cuarto, porque fue un mar dudas, y porque no puede interesar cuando se torea con la muleta retrasada y se la deja enganchar en cada pase. Así, se fue a su casa como vino: en tierra de nadie.

Menos fino, abúlico y aburrido es Eugenio de Mora. Sigue siendo joven, pero parece de vuelta de casi todo. Qué poca fe la de este toreroTrazó algún natural aceptable, siempre al hilo del pitón, y dio un mítin con la espada en su primero. ¿Cómo se puede fallar tanto con el descabello? Vencido salió para matar al cuarto, y se dejó enganchar la muleta en una labor acelerada y destemplada ante un toro que iba y venía. Protestaron su labor, que es lo menos que merecía. Quizá, es que su abulia es consecuencia de su falta de ilusión. Son ya muchos años intentando lo que parece imposible.

Y el triunfador fue Antonio Barrera porque dio una vuelta al ruedo. A este hombre no le falta fe, es valiente y bullidor. ¿Le falta calidad? Probablemente. Inició la faena a su primero con un pase cambiado por la espada en el centro del ruedo; retó a su oponente con chulería torera y tiró de la embestida en la única tanda de derechazos estimables de toda su tarde. A partir de ahí, su labor fue a menos. Envalentonado con el codicioso sexto, lo citó de largo, y aguantó estoico la violencia del animal en una labor acelerada, despegada, destemplada y ventajista. La gente se quitó el frío aplaudiendo en exceso y llegaron a pedirle la oreja. Qué exageración. En fin, a Barrera no le falta fe, sino templanza, empaque y elegancia. Pues que llegue a un acuerdo con Manolo Sánchez

Salieron tres toros encastados pero difíciles para los toreros; el tiempo iompidió su lucimiento.Vídeo: ELPAIS.com
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