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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Interior de un convento

Sister act (Una monja de cuidado)

Dirección: Emile Ardolino, Guión: Joseph Howard. Fotografía: Adani Greenberg. Música: Marc Shalman. Producción: Teri Schwartz para Touclistone y Touchgood Pacific Partners I. EE UU, 1992. Intérpretes: Whoopi Golderg, Maggie Smith, Harvey Keitel, Kathy Najimy. Estreno en Madrid: Bilbao, Vergara, Palacio de la Prensa, Ideal.

¿Cómo hubiese sido esta película si se hubiese llegado a rodar según las intenciones de partida, es decir, con Bette Midler como protagonista y con el director pensado, nada menos que Pedro Almodóvar? Nadie lo sabe, porque no hubo acuerdo entre los profesionales previstos, es cierto. Pero no lo es menos que, a buen seguro, a Almodóvar no le hubiera costado nada mejorar el discreto trabajo de Emile Ardolino, un especialista en filmar actuaciones musicales. No tiene, pues, ningún interés la hipotética comparación. Porque lo cierto es que las capacidades de Ardolino para su oficio no son ya discutibles, sino virtualmente inexistentes.Y sin embargo, no le falta astucia a esta Sister act que muestra, con insolencia e inocentón desparpajo sólo al alcance de un americano, lo que le puede ocurrir a una cerrada comunidad religiosa cuando en ella se instala una cabaretera con la moralidad en entredicho (Whoopi Golderg), improbable amante de un gánster (un Harvey Keitel desdichadamente desaprovechado) y testigo involuntaria de un crimen a sangre fría. La cantante influirá decisivamente en la apertura de las monjas en relación con los conflictivos habitantes del barrio. Y al mismo tiempo se verá influida por el buen ambiente y la sana y católica inocencia de las religiosas.La película funciona de forma irregular, con esporádicos chispazos de comicidad que tienen que ver unas veces con el choque entre el desmadrado uso del lenguaje por parte de la cantante los rígidos hábitos de la monja superiora, y otras amenizada con el dinamismo de las canciones cantadas, mucho más que por la forma abúlica en que las sirve el teórico especialista Ardolino.

Pero si la película se deja ver hasta el final sin excesivos bostezos no es por otra cosa que por el oficio y el talento para la comedia de Whoopi Golderg, actriz paradójicamente revelada en un melodrama, El color púrpura, de Steven Spielberg. Ella otorga al personaje un tono de autoparodia siempre inteligente y una comicidad cargada de intención. Golderg es, a la postre, el mejor, tal vez el único reclamo de un filme previsible y sólo a ratos entretenido.

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