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Reconocimiento a un virtuoso de la lengua hebrea
Columna
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El Israel posible

José María Ridao

Amos Oz representa el Israel posible. En unos momentos en los que la tensión en Oriente Próximo está alcanzando unos niveles de violencia que, en realidad, no son mayores que los atravesados en las sucesivas guerras entre Israel y sus vecinos, pero que, en cambio, sí constituyen un riesgo cuya sombra se extiende más allá de la región, las reflexiones de Oz representan un reducto de esperanza. La razón es que Oz ha adoptado la posición más difícil: la de buscar el entendimiento sometiendo a crítica el propio campo, la de arriesgarse a ser tratado como traidor. Ésa fue, precisamente, una de las acusaciones que hubo de soportar por su novela Una pantera en el sótano. El protagonista del relato, Profi, acaba realizando el mismo descubrimiento que otros personajes ilustres de la literatura que mantienen una relación conflictiva con su país o con su medio: en palabras de Oz, el único refugio, la única patria que les resta es la lengua. Y el humor.

Esta actitud crítica hacia el propio campo procede, en gran medida, de la trayectoria vital de Oz, según deja patente en su novela Una historia de amor y oscuridad. La saga familiar que transita por sus páginas, y en la que se adivina un indisimulado sustrato autobiográfico, va desgranando el testimonio de un inmenso amor a Europa y, al mismo tiempo, de un trágico desencuentro, que acaba con la instalación en Palestina. Oz ha reconocido en numerosas ocasiones que su infancia y adolescencia se desarrollaron en un ambiente nacionalista y militante, en el que los argumentos de los adversarios eran despreciados tan sólo porque procedían de ellos. De algún modo, Oz parece llegar a sus posiciones políticas de madurez trascendiendo el esfuerzo para comprender el entorno familiar, su singular manera de sentirse parte de él.

La idea de pertenencia conflictiva vuelve a aparecer en uno de sus textos más conocidos, Contra el fanatismo. Oz desafía los tópicos que surgen tras los atentados suicidas del 11 de septiembre de 2001. Desmiente que el fenómeno yihadista sea "consecuencia de los valores del islam" o que se deba "a la mentalidad de los árabes, como claman algunos racistas". Oz sostiene, por el contrario, que se trata de una manifestación de fanatismo, y que el fanatismo "brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo". Ningún grupo humano, ningún individuo está a salvo de dejarse arrastrar por él, hasta el punto de que, arriesgándose de nuevo a ser tachado de traidor, confiesa: "Yo también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente del poderoso discurso judío sionista de la época". Aquel "pequeño fanático" se convertiría, sin embargo, en una de las voces israelíes que reclaman que Israel reconsidere los sueños inalcanzables.

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