Jardiel, marcha atrás
Enrique Jardiel Poncela estrenó Cuatro corazones con freno y marcha atrás en 1936. Era la cuarta y más audaz de sus comedias, la que más se aproximaba a su ideal de lo inverosímil -que después desbordaría-, aunque siempre dentro de su preocupación casi paranoide por dos cuestiones: que lo inverosímil tuviese una lógica interna (es decir, que, una vez aceptada la premisa imposible del autor, el espectador considerase todo lo que se desprende de ella como lógico), y la repetición, la reiteración de sus datos y observaciones para conseguir, precisamente, que nadie pudiera dejar de comprender su absurdo (decía después que todo hay que repetirlo tres veces en el teatro: una, porque hay que decirlo; la segunda, para que se enteren aquellos a quienes se escapó la primera vez; la tercera, para que se enteren los críticos).
Cuatro corazones con freno y marcha atrás
De Enrique Jardiel Poncela (1936). Intérpretes: José Sazatornil Saza, Paloma Juanes, Yolanda Arístegui, Encarna Abad, Carmina Merlo, Jordi Soler, Antonio Campos, Carmela Márquez, Tina Sainz, Julia Trujillo, Francisco Piquer, Luis Varela, Miguel Ángel Pascual, Luis Pascual, Rafaela Aparicio, Luis Barbero. Escenografía: Manuel Mampaso. Madrid. Teatro Maravillas, 16 de diciembre.
Inverosímil
En Cuatro corazones... lo inverosímil es que se invente una sal para conseguir la eterna juventud y la inmortalidad, y luego otra para ir rejuveneciendo -hasta desnacer-, con lo cual el aburrimiento de los inmortales se alivia.La lógica interna es la precipitación de acontecimientos previsibles; las diferencias de edades entre los jóvenes y sus ancianos padres, las cuestiones de seguros o de herencias... La exposición está en un primer momento, donde Jardiel recoge las inevitables escenas de antecedentes que los autores de la época resolvían, ya en complicidad con el público -porque estaba dentro del juego-, con una simple conversación, generalmente de criados o de personajes episódicos.
Jardiel Poncela las transformo en verdaderos episodios cómicos, divertidos por sí mismos. Aunque no pudiera resistirse a las reiteraciones; le parecía de capital importancia que todos los extremos del enrevesado comportamiento escénico posterior fueran bien comprendidos.
Esta obra ha sido repuesta varias veces. La que ahora vemos responde a la integridad del texto -salvo los cambios de fechas y de algunas alusiones para incorporarla a la actualidad- y su comicidad sigue bastante fresca. Quedan desplazados precisamente sus resortes antiguos: las reiteraciones, innecesarias para el público acostumbrado a la sin taxis más rápida de hoy y tan habituado a los apócopes; y la obsesión casi maniaca por la lógica interna, cuando lo inverosímil, sin necesidad de justificación ninguna, lleva invadiéndonos desde hace muchos años.
La directora Mara Recatero y el productor Gustavo Pérez Puig han preferido correr el riesgo de cansar antes que la temeridad de cortar.
El respeto al autor forma parte también de la dirección de escena, que muestra la obra en el estilo de teatro en que se estrenó, y son, por consiguiente, los actores más veteranos, como Sazatornil y Rafaela Aparicio, quienes más partido sacan a sus frases. El reparto es muy numeroso y todos tienen algo que decir.
En el público del estreno se veían muchos rostros del teatro de antes, muchos inconmovibles jardielistas que le acompañaron en el viacrucis de sus últimos años. Eran también corazones con marcha atrás, en busca de su tiempo perdido.
Aplaudieron algunos mutis, los finales de acto, y tributaron al final sus ovaciones: una rosa roja en un círculo de luz simbolizó al autor.
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