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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Coger al toro por los cuernos

Esta brillante y poderosa película rescata la (nebulosa en un mundo enfermo de desmemoria) corta vida y conflictiva personalidad pública (no, en cambio, privada) de Michael Collins, nombre con que se asocia el tramo final (1919-1921) del tumultuoso proceso de conversión de Irlanda en una república desgajada del Reino Unido, y del desgarramiento interior del territorio del Ulster, que quedó (en un cambalache del Foreign Office y la delegación de independentistas irlandeses que capitaneaba Collins) amputado del recién nacido Estado irlandés.Basta enunciar la obra de Collins para entrever la enormidad de la materia argumental del filme. Esta obra abarca, en su polo áspero, la fundación del IRA y la invención inspirada en la eficacia de las técnicas de emboscada callejera que por entonces afinaban los clanes de gánsteres irlandeses en EE UU- de la guerrilla urbana y, con ella, del tiro en la nuca como argumento político; y en el polo suave, logrado por Collins el núcleo de su programa independentista -reconocimiento oficial por Londres del clandestino Gobierno de la República irlandesa-, su súbita mutación: un espectacular relevo de criterios y conductas que convirtió la fría lógica terrorista ideada y organizada por él en pasión por la confrontación democrática pacífica.

Michael Collins

Dirección y guión: Neil Jordan. Fotografía: Chris Menges. Música: Elliot Goldenthal. Vestuario: Sandy Powell. Montaje: Duffner y Lawson. Irlanda-Estados Unidos, 1996. Intérpretes: Liam Neeson, Aidan Quinn, Stephen Rea, Alan Rickman, Julia Roberts, Ian Hart. Estreno en Madrid: cines Palafox, Tívoli, Acteón, Novedades, Lido y Luna (en V. O.)

Lo dicho lleva implícito que Jordan encara nada menos que la representación del ojo de un vendaval político de furiosa energía, en el que nadie vio temblor de manos, lo mismo cuando asesinaba que, más tarde, cuando apaciguaba. La figura de Collins es un signo de identidad de un tiempo y sigue existiendo como nudo de conflictos en todo el mundo. Estos conflictos perviven y convierten el fugaz paso de Collins por la historia de Europa -más de ocho décadas después de su (todavía con rincones oscuros) asesinato- en un avispero alborotado y en carne viva.

Libertad en el avispero

El talento de Neil Jordan abre un respiradero de libertad en este avispero, porque en Michael Collins hay un impagable ajuste entre el relato y su relator. El empuje del personaje narrado es capturado -fuera de las aguas con que los ritos patrioteros ensucian la verdad y tiñen la historia con aires viciados de leyenda o mito- con otro empuje: el que lleva al cineasta narrador a la difícil y elegante equidistancia entre realidad y espectáculo, entre el entendimiento. por el intelectual del suceso y el amor (y el dolor: son la misma cosa ante asuntos así) del poeta por cómo sucedió ese suceso. Neil Jordan logra la ascesis de tal fusión mediante un ejercicio -no neutral, sino con, pasión y compromiso- de disciplina moral y de acuerdo entre el ciudadano y el artista, que llena de solvencia el complejo soporte de esta gran película.Es un filme con pinta de imprescindible para sentir bajo los pies una parte de la tierra firme que pisamos y de las arenas movedizas que nos hacen pisar a los europeos de ahora; y más si somos españoles, pues algún ciudadano aficionado a la oquedad de la profecía puede caer en la (obtusa y falsaria: se trata de otro asunto) tentación de traer, tal cual, la lógica o la ilógica de la batalla que enrojeció los asfaltos de Dublín y Londonderry a las calles de Madrid y las colinas de Donostia.

El espectador español (vasco o gaditano) de Michael Collins, si quiere capturar y, por tanto, disfrutar de la belleza formal -un soberbio thriller político, asombrosamente interpretado y compuesto- y la rectitud moral de esta película, debe pasar por encima de las perversiones deductivas a que dé lugar y, a la manera de Jordan, agarrar este toro por sus verdaderos cuernos, que no son de casta nacional alguna, sino de casta universal. Hay ecos de que el patrioterío irlandés tiende a privatizar esta obra. Dicen: es asunto nuestro -es decir, our own business-, lo que es también decir: cosa nostra. Exacto. Jordan combate en Michael Collins el aldeanismo mafioso. Lo que el filme cuenta es una vivificadora tragedia de todos, individuos y pueblos, porque ocurre en los corazones, que es donde ocurre el buen cine, arte ajeno a banderines enganche y a espejos de latitudes, incluida la de Irlanda, a quien Collins ya no pertenece en exclusiva, porque otro irlandés llamado Jordan lo ha hecho también nuestro.

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