¿'Japonesismo' malagueño?
"Detesto el exotismo. Nunca me han gustado los chinos, los japoneses ni los persas", escribía Picasso a su amigo Guillaume Apollinaire en 1904, por la época en que se instalaba en el casón Bateau-Lavoir de Montmartre. Un año después, accedía al cenáculo de los hermanos Stein, Leo y Gertrude, de la Rue Fleurus. "En el transcurso de la velada, el hermano de Gertrude Stein enseñó a Picasso un portafolio tras otro con estampas japonesas. Solemne y obediente, Picasso miraba estampa tras estampa y escuchaba las descripciones. Le dijo en voz baja a Gertrude Stein: 'Tu hermano es muy simpático, pero como todos los americanos [...] te enseña estampas japonesas. Moi, j'aime pas ça (a mí no me interesan)", escribe la autora en su Autobiografía de Alice B. Toklas. Hay que tomar con distancia la descripción de esta escena. Gertrude hacía campaña para que su hermano suprimiera de las paredes del piso las obsesivas estampas japonesas que coleccionaba y las sustituyera por obras de Cézanne y Picasso, el cual realizaría poco tiempo después un célebre retrato de la escritora.
Con afirmaciones tan rotundas como las que preceden, montar una exposición sobre la relación del pintor con la iconografía japonesa parece cuanto menos osado. Y sin embargo, Picasso no se desprendió nunca de su colección de estampas orientales que empezó a reunir a partir de 1911. Seguramente veía el japonesismo, introducido en Europa a partir de mediados del XIX y que triunfaría con el modernismo, como una imposición de la generación anterior. La de Casas, Rusiñol y Nonell en Barcelona y, más allá de los Pirineos, la de los impresionistas: Van Gogh, Gauguin, Toulouse-Lautrec. Por eso, su acercamiento al estilo en los primeros años del siglo pasado es fragmentario, y no es de extrañar que el cartel que pintó en 1901 para la geisha Sadayakko, cuyos espectáculos embelesaban a las vanguardias, quedara a medio hacer.
Pero las estampas eróticas siguieron a Picasso en sus numerosos cambios de domicilio. Y es significativo cómo influyeron en su serie de grabados Suite 347, realizada cuando contaba casi 90 años y en la que no esconde su condición de voyeur. El mérito de esta exposición consiste en rastrear a lo largo de una vida esa pasión oculta, incluso negada, pero siempre presente.
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