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33º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

El viejo Kurosawa ofrece en 'Ran' una genial lección de cine

ENVIADO ESPECIALDos películas de la sección oficial, Buscando desesperadamente a Susan y Ran, y una de la llamada Zona Abierta, La rosa púrpura de El Cairo, han puesto ayer al festival de San Sebastián en la cumbre. La primera y última, cuyos autores son los norteamericanos Susan Seideman y Woody Allen, son dos obras si se quiere menores, pero deliciosas. La de en medio, una producción franco-japonesa de Akira Kurosawa, es una película de estremecedora belleza que hay que situar, para orientarnos sobre su altura y su vigor, en el mismísimo Himalaya del cine.

Sin embargo, no hay que hacerse ilusiones: estas tres películas van fuera de concurso. El concurso ha de conformarse por ahora con otra medianía más, la española Golfo de Vizcaya, de Javier Rebollo.Tal como están las cosas en el cine de hoy -y esto no es de ayer, a no ser que por ayer entendamos varios lustros-, lo mejor que puede decirse de una película es que se parece a las de antes, si, a su vez, entendemos por antes los ya un poco remotos tiempos de Ford, Hitchcock, Ray, Mizoguchi, Lubitsch, Welles, Lang o Renoir, por citar sólo unos cuantos sólidos robles de aquel bosque ya talado.

Pues bien, los tres filmes citados, cada uno a su manera, parecen haber brotado de las raíces de aquella maravilla hoy desertizada.

Las películas de Woody Allen y Susan Seideman son dos deliciosas comedias, en sí mismas de poca ambición aparente, pero que llevan dentro el endiablado ingenio, la terca ingenuidad y aquella fértil inocencia creadora con que se armaron los pioneros y constructores de este arte, para convertirle en cobijo de la identidad de este siglo.

Ambas películas se verán pronto en las pantallas comerciales y habrá ocasión de volver a ellas.

Cine de alta pureza

En cuanto a la tercera, Ran, de Kurosawa, cuyo estreno mundial en París acaba de celebrarse, hay que aumentar mucho el voltaje de las palabras si queremos acercarnos a ella. El estreno mundial se produjo el pasado viernes en París, ante más de 4.000 espectadores instalados al aire libre en la plaza del Centro Georges Pompidou.Se trata de la materialización de un sueño que desde hace mucho tiempo guardaba entre algodones el maestro japonés: la traslación cinematográfica al universo bárbaro del Japón feudal de ese otro universo que es El rey Lear de Shakespeare.

Las buenas teatralizaciones de obras shakespearianas filmadas en el Reino Unido poco tienen que ver con esta traducción de Lear a un cine de altísima pureza.

Para encontrar algo con que equilibrar la balanza de lo hecho por Kurosawa habría que rebuscar en algunas de las más fastuosas secuencias de Otelo y Campanadas a medianoche, de Orson Welles, y aun así habría que afinar mucho para poder decir quién puede mirar a quién por encima del hombro.

Ran es un filme que devuelve el optimismo, porque pone de manifiesto que, cuando todo ya está dicho, hay tipos a los que aún les queda algo por decir.

Es el filme de un anciano, de un verdadero anciano que ha cribado su cerebro de gangas y lo ha dejado tan limpio como el de un niño perplejo, un anciano que es capaz de mirar horizontalmente a los ojos de las desdichas humanas, encaramado en alturas de talento, serenidad y solidaridad majestuosas.

Pasa con Ran como con algunas películas de Coppola y pocos más del cine de hoy: que no parece obra de este pobre tiempo, en el que la norma es que el cine se pierda en caminos que no conducen a ninguna parte o que, a falta incluso de éstos, mire hacia atrás, no para hacer nuevas películas dignas de antiguas edades doradas, sino para imitarlas en un ejercicio humillante de impotencia de lujo.

Aldeanismo

Por supuesto, esta maravilla, como las dos pequeñas delicias anteriores, no concursan en San Sebastián. Vienen de adorno y, aunque así sea, bienvenidas sean.En cambio, la película española Golfo de Vizcaya, de Jaime Rebollo, sí viene a participar en la gresca final de los premios.

Pero no es un festival que, ante todo, busca una proyección internacional -y buena prueba de ello son los denodados esfuerzos realizados para que se le devuelva la categoría A, el lugar más adecuado para presentar una película tan de cocina política casera como ésta, que roza, con perdón, el aldeanismo.

Realizada con corrección y conocimiento del paisaje, quiere descubrir lo que ocurre ahora en el País Vasco, pero no supera el cerco de la complicidad y sobra decir que al cine, si es tal, le concierne lo que le ocurre a los hombres, no por ser de aquí, de Murcia o de Nairobi, sino por ser hombres.

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