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Un Lavelli minimalista brilla en Mérida

El director francoargentino estrena 'Edipo Rey' con Ernesto Alterio, Galiardo y Carmen Elías

Edipo no es extranjero en Mérida. Este personaje nacido de la mitología griega se ha paseado dieciocho veces por el Teatro Romano de esta ciudad, de la mano de su mentor Sófocles (495 a.c.- 406 a.c.) , tanto en Edipo en Colono, así como en Edipo Rey. Por primera vez con Paco Rabal en 1956, bajo las órdenes de José Tamayo. La última se estrenó el pasado jueves dentro del festival de teatro, especializado en textos grecolatinos y bajo la dirección de uno de los gurús mundiales de la escena, el francoargentino Jorge Lavelli que ha logrado aunar éxito de público (se le puso en pie ovacionando), de taquilla (cerca de 3.000 espectadores) y de crítica, ya que las voces son unánimes a la hora de elogiar el trabajo. Que tomen nota de cómo se hace más de un festival, incluido el de Mérida, sin olvidar programadores varios.

A ello han colaborado Ernesto Alterio en su difícil, antinaturalista y comprometido papel de Edipo; Carmen Elías como una Yocasta que deja claro que puede enamorar a hombres de muy distintas generaciones, incluida la de su propio hijo; Juan Luis Galiardo que enfundado en una camisa de fuerza se metió al público en el bolsillo a pesar de la brevedad de su papel, un Tiresias que abordó lleno de verdad y un solvente Paco Lahoz como Creonte.

Junto a ellos un impresionante coro de quince tebanos, cuya aparición recordaba estéticas de la nueva escena japonesa e impactaba especialmente ya que parecía que las esculturas de hombrecillos chinos del artista madrileño Juan Muñoz habían cobrado vida para incorporarse a este montaje. A ello contribuía que ese coro también llevaba la cara pintada de blanco y con pelucas, de manera similar a como se presentan las clases dominantes en este montaje en el que también participan otros sobresalientes actores (Guillermo González, Francisco Olmo, Txema Blasco y Manolo Caro), y treinta y cuatro figurantes, que hacen las veces de pueblo, además de dos pequeñas aspirantes a actrices que llevan sobre sus hombros el peso de ser las hijas de Edipo y Yocasta, que en su futura vida adulta se convertirán en la literatura griega y otras posteriores ni más ni menos que en Ismena y Antígona.

Pero sobretodo brilló la versión que el dramaturgo José Ramón Fernández, de la mano del propio Lavelli, ha realizado del texto más popular de Sófocles. Un primoroso trabajo de limpieza y despojamiento en el que han desaparecido todas las referencias innecesarias, superfluas y alejadoras de la trama central de esta tragedia, que se puede decir que popularizó Sigmund Freud a partir del siglo XIX, pero en la que aparecen excesivos enlaces con dioses y personajes de la mitología griega, lo cual contribuye, en el original, a que el espectador se haga líos y se le ponga la cabeza como un bombo.

Lavelli ha aprovechado sin autolimitaciones de ningún tipo las posibilidades de este espacio natural, tan excepcional desde el punto de vista escénico, para hacer de las suyas. Es decir, su casi fobia hacia el naturalismo y realismo aquí la ha alimentado a base de bien, como antes no lo había hecho, y se ha dejado arrastrar brillantemente por un minimalismo llevado a las últimas consecuencias. Algo que el propio Lavelli decía, nada más terminar la representación, hubiera sido imposible hacer fuera de Mérida y de este escenario.

Por lo pronto no ha incorporado ni un solo elemento escenográfico. Ni uno. Y en lo que a la interpretación de los actores se refiere, está marcada por entonaciones y movimientos que incluso pueden llegar a parecer espasmódicos, sobre todo en Alterio, lo que acerca el trabajo interpretativo a una suerte de casi danza butoh o expresionismo alemán, para, desde esos presupuestos, tratar de rescatar y amplificar la riqueza interior latente en cada individuo y encaminarla a descubrir el espacio expresivo del propio cuerpo como si partiera del teatro antropológico de Jerzy Grotowski.

En cualquier caso quien permanece en el montaje es Sófocles, poeta trágico griego nacido en Colona (hoy parte de Atenas), que a los dieciséis años fue elegido director del coro de muchachos para celebrar la victoria de Salamina y que en el 468 a.C. se dio a conocer como autor trágico al vencer a Esquilo en el concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas durante las fiestas dionisíacas, en las que habitualmente ganaba a Esquilo.

Lavelli ha remarcado su propuesta rotundamente moderna, pero curiosamente exenta de anacronismos, con la música de Zygmunt Krauze que interpreta magistralmente ese inquietante coro, que, como el resto de actores, llevaba micrófonos incorporados, a pesar de lo cual se vio una de las pocas representaciones del teatro romano en las que la ecualización era perfecta, sin fallos, y con la que, inusitadamente, se conseguía que la voz se oyera en el sitio donde se encontraba quien emitía el sonido, lo cual podía ocurrir en el escenario, en el proscenio o incluso en medio del público ya que Lavelli, tal que descubrió este espacio en el que ha trabajado por primera vez, decidió que la historia se contaría en diferentes zonas de todo el espacio del teatro romano, el único donde se podrá ver el espectáculo hasta el 24 de agosto.

Una escena de la obra Edipo Rey que se presenta en el Festival de teatro en Mérida.
Una escena de la obra Edipo Rey que se presenta en el Festival de teatro en Mérida.Ceferino López
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