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Reportaje:Día del Libro | La gran fiesta de Sant Jordi

Leyendo flores, oliendo letras

Decenas de miles de personas abarrotan el centro de Barcelona en la gran fiesta del libro y la rosa: una jornada de celebración literaria y un paréntesis a la crisis

Jacinto Antón

Lo vieron ayer estos ojos: dos señoras elegantemente vestidas discutiendo como verduleras en una abarrotada librería de Barcelona a ver cuál de ellas se hacía con el único ejemplar que quedaba de El tiempo entre costuras, de María Dueñas (Temas de Hoy). A punto estuvieron de llegar a las manos, ¡por un libro! La perdedora se llevó De qué hablo cuando hablo de correr, de Murakami (Tusquets), otro de los títulos más vendidos junto con El asedio, de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara). En otra librería, normalmente desierta como una iglesia, una pareja de turistas japoneses permanecía atrapada entre la sección de viajes y la de cómics en medio de una sobrecogedora marea humana; sonreían: se sentirían como en el metro de Tokio, en casa. Más de media hora empleaban las jovencitas en la larga cola frente a una caseta para que les firmara Federico Moccia sus ejemplares de Perdona pero quiero casarme (Planeta). ¿Quieren creer que a primera hora de la mañana ya había gente esperando en alguna librería a que levantaran la persiana? La librera se frotaba los ojos, incrédula.

Por una vez, el libro se hace en la calle omnipresente y protagonista
Es cierto que hay quien toma a Guardiola por Stendhal
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Es lo que tiene el Día del Libro: arroja imágenes asombrosas que parecen brotadas de un sueño húmedo de Borges. ¿Qué hubiera pensado el autor de El Aleph de una jornada en la que el libro se hace omnipresente y protagonista hasta llenar la vida toda, los anhelos, las voluntades y las calles? "El universo, un inmenso libro", escribió Ibn-Arabi. Eso. Añádanse las rosas: de todos los colores, tamaños y texturas, en todas las manos, hasta el punto de que las calles semejan un inmenso rosal ambulante, un bosque de Birnam en versión gozosa y con pétalos. Borges, que amaba las rosas casi tanto como los libros, habría quedado estupefacto. Alguien ha dicho que para que el día fuera plenamente un paraíso borgiano sólo faltaban los tigres.

Si un extraterrestre se hubiera asomado ayer al centro de Barcelona, donde el Día del Libro tiene su Eyjafjalla o mejor su Valhalla, nadie le hubiera podido convencer de que en esta tierra se lee más bien poco. El fenómeno del Día del Libro y su éxito en Cataluña, donde en esa única jornada se factura el 10 % del total del año, es inexplicable sin recurrir al acervo de la psicología de masas. La gente, entregada al juego del regalo, libro o rosa o, cada vez más, libro y rosa, acude al reclamo de la fiesta y es verdad que la calle se llena de espectáculo, desde los globos y el colorido de los puestos (algunos de ellos con campañas tan poco literarias como el salvamento de los galgos o la imperecedera reivindicación del viaje de fin de curso) hasta los escritores mediáticos -hay que ver cómo solicitaba la atención de Javier Sardà ayer un tipo haciendo bocina con las manos junto al puesto donde firmaba su libro el presentador, junto a Loquillo y Pedrito Ruiz-. No olvidemos el amor: es este también un día de besos, besos largos, alrededor de los que fluye la multitud como la corriente alrededor de las rocas de un río. Unos jovencitos portaban rosas para entregarlas "a la primera chica guapa", su ánimo primaveral exaltado como aquella frase del Eclesiastés: "Me elevé (...) como brotes de rosas en Jericó".

Pero el libro está en el centro. Aliado por una vez con el corazón, es verdad, y no su rival como en aquella historia del príncipe bibliófilo Mahmud al Dawla bin Fatik, cuya amante lanzó al agua toda su biblioteca al morir él en venganza por las horas de amor que los libros les habían robado. Y sí, hay quien toma a Guardiola por Stendhal, a Iniesta por Flaubert, pero también te encuentras lectores menos accidentales: una joven aprovechaba para adquirir Rojo y negro, precisamente, y El conde de Montecristo, y también estaba la anciana que atesoraba su Coetzee mientras llegaba a la caja, medio asfixiada. Y aquel chico de aspecto oscuro que preguntaba tímidamente por Lautréamont en la caseta cuyo reclamo era una gran pizarra en la que rezaba, lo que hay que ver: "Messi compraría un libro".

Divertido y cómplice con la jornada, el egiptólogo madrileño José Miguel Parra lucía una camiseta con el lema: "Escritor en prácticas. ¿Te dedico un libro?". Firmó bastantes de su obra sobre las momias -toujours momias-, rivalizando en atención en la caseta del Museo Egipcio con dos actores caracterizados de Marco Antonio y Cleopatra (¡que eso sí que es firma y no la del Follonero!).

Una marea de personas, libros y rosas invadió durante todo el día de ayer las Ramblas.
Una marea de personas, libros y rosas invadió durante todo el día de ayer las Ramblas.CONSUELO BAUTISTA
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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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