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Literatura de y para chiflados

El escritor argentino Ernesto Mallo publica en España la novela negra 'El policía descalzo de la Plaza de San Martín', segunda entrega de la serie de su comisario Lascano

Aquella señorita no se lo tomó muy bien. Hay que entenderla. "Estábamos haciendo nuestras cosas pero apenas terminamos se me ocurrió una idea genial y tuve que correr a escribir", cuenta el autor argentino Ernesto Mallo (La Plata, 1948). Así que, tal y como estaba (lo dejamos a la imaginación del lector), salió pitando de la cama y se puso a redactar ante el ordenador. Ella se le acercó entonces y expresó todo su cabreo en una pregunta que, sostiene Mallo, nunca debería haberle hecho: "¿O sea que la novela es más importante que yo?".

Resulta que sí. Y resulta que ahora, a fuerza de suspender reuniones o dejar plantados a amigos, amigas (y señoritas) para llenar páginas y páginas, el compulsivo Mallo ha llevado a España su segunda novela, El policía descalzo de la Plaza de San Martín (Siruela). Para esa intriga policiaca, el argentino ha curado y revigorizado al comisario Lascano, que su ópera prima, Crimen en el barrio del Once, había dejado tumbado y agonizante con una bala en el pecho, con todas las papeletas de fallecer. "Es un personaje con muchas aristas: es valiente pero tiene temores, es duro pero conoce la ternura, está muy hecho a las inclemencias de la vida pero no deja de buscar el amor", detalla Mallo los méritos de su comisario.

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Una historia de amor entre muertes y asesinos

Justo en busca de un amor llamado Eva, Lascano se sumerge en un submundo de 217 páginas, hecho de fiscales, ladrones y asesinos, entre los que va rebotando frenéticamente el punto de vista de la narración. El resultado, que a veces atrapa y a veces confunde, es el fruto de las dos almas sembradas en Mallo: la primera, que llama "inconsciente", escribe rápidamente una novela de la que sabe con antelación "de dónde a dónde va". Su segunda faceta, más reflexiva, corrige y corrige hasta la saciedad. O al menos hasta matar al gusanillo de perfección. "Decía Borges que publicaba para dejar de corregir. Habré editado la novela unas 20 o 30 veces", cuenta Mallo.

Lector extremadamente crítico ("si veo algo especialmente malo en la segunda página de una novela la dejo"), Mallo aplica el mismo criterio a su obra: "Busco escribir el libro que me gustaría leer. De 1 a 100 mis novelas serían un 70". Bastante más cerca del 100 en cambio se encuentran El barón rampante de Italo Calvino y El evangelio según Jesucristo de José Saramago, que el argentino cita como ejemplos de obras maestras. Aunque fue Gabriel García Márquez el autor que deslumbró al joven Mallo. En su página web el argentino presume de haber contribuido al éxito de Cien años de soledad. Preguntado por ello, se ríe y recuerda: "Me compré Diálogo entre un sacerdote y un moribundo del marqués de Sade en una librería, pero al volver a casa me di cuenta de que estaba mal encuadernado. Regresé y como no tenían otro ejemplar finalmente me quedé la primera edición de Cien años de soledad. Argentina fue el primer país en el que se publicó, aunque el librero no sabía ni de quién era. La leí dos veces seguidas". Y empezó a difundirla entre sus amigos, la mayoría artistas, que a su vez fueron predicando el verbo de Gabo. "Es obvio que lo más importante lo puso él, pero seguro que en parte soy responsable de su triunfo", sonríe Mallo.

El éxito del argentino en cambio fue la salida al peor año de su vida. Entre las secuelas del corralito, su exmujer que le dejó y su hija que enfermó gravemente, Mallo buscó en la literatura una alternativa a la espada y la pared. Una controvertida medalla de plata en el premio Clarín Alfaguara de 2004 dio a Crimen en el barrio del Once el empujón para que echara a andar con sus propias piernas: "El escritor Andrés Rivera (uno de los miembros del jurado, junto con Antonio Skármeta y Ángeles Mastretta) sostuvo a toda costa que tenía que ganar yo, lo cual me dio mucha visibilidad". Y mucho dinero -un productor le compró los derechos para la adaptación cinematográfica-, sobre todo para un tipo que para ir a recoger el premio había tenido que pedir prestada la pasta para el autobús.

A la sazón Mallo decidió tomarse un año sabático, que aprovechó para escribir El policía descalzo de la Plaza de San Martín. "Según mi psicoanalista tengo la obsesión de llenar papeles en blanco", revela el escritor, que se considera un "loco", aunque en buena compañía. "Es una sociedad chiflada compuesta por chiflados. Un amigo, que presidió la Asociación Internacional de Psicoanálisis, me dijo una vez que el mundo se divide en locos lindos y locos de mierda", sostiene Mallo. Para el escritor no hay otra explicación posible, visto lo mal que está el planeta: "Esta crisis fue concertada deliberadamente por esa organización criminal que se llama banca y que tiene como empleados a otros criminales llamados políticos".

La teoría de Mallo arranca allá donde el hombre se dio cuenta de que era mortal: "Los animales simplemente viven, mientras que nosotros caminamos con la muerte al lado. Para distraernos de esa certeza inventamos la cultura, la religión, la vida ultraterrena". Dicho así, suena un poco a locura, al menos tanto como un tipo que deja un cuerpo femenino en pos de un ordenador. Entre los locos lindos y los de mierda, no cuesta imaginar dónde le colocaría a Mallo aquella señorita.

El escritor argentino Ernesto Mallo.
El escritor argentino Ernesto Mallo.SAMUEL SÁNCHEZ
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