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Lina Morgan, la pícara que venció a la escultural

La actriz vuelve al teatro con 'Sí al amor', su última revista, estrenada en el teatro de La Latina

En una vieja foto de hace 31 años, una muchacha de 16 coge de la mano a un chiquillo más pequeño ante la fachada vetusta e imponente del teatro de La Latina. La muchacha se llamaba -y se llama todavía- María de los Ángeles López Segovia, había escogido como sobrenombre artístico el de Lina Morgan y empezaba la carrera como chica de conjunto. El chiquillo era José, su hermano pequeño. Hoy José es un hombre que peina canas y se sienta en el despacho de dirección del mismo teatro. María de los Ángeles es una de las actrices más respetadas de España.

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Una larga tradición

Ambos son propietarios del teatro delante del que se hicieron aquella lejana foto, y se han metido en la difícil aventura de devolver a la revista su esplendor y su gloria. Una batalla contra el tiempo y las convenciones del género que tiene muchos obstáculos por delante, pese a que de unos años a esta parte no sólo sean viejos verdes, matrimonios de visita en la gran ciudad o parejas de recién casados quienes únicamente acuden a verla."La verdad es que esto de tener un teatro no lo he asumido todavía del todo, aunque es la ilusión de mi vida", dice Lina Morgan con la inquietud del reciente estreno encima. "Mucha gente me dice que estoy loca por haberme metido en la aventura de comprar un teatro. Pero es que a mí me gusta esto. Si he ganado el dinero con el teatro, lo lógico es que se lo devuelva al teatro".

La preocupación por el teatro parece que la lleva dentro. Vuelve una y otra vez al tema, cuando habla del pasado y cuando se refiere al futuro. "Además", insiste, "de este local vivimos muchas familias. No sólo los que salimos al escenario, sino también muchos otros. Por otro lado, hemos intentado renovar el local de manera que quede digno; que se arregle no sólo la parte que ocupa el público, sino también la que ocupan los actores que trabajan aquí. Que tengan un sitio cómodo para estar, donde se puedan lavar las manos, ducharse o descansar un rato. Porque hay que tener en cuenta que cuando estamos trabajando pasamos aquí más tiempo que en casa".

Medalla del Trabajo

Mañana, lunes, el ministro de Trabajo, Joaquín Almunia, va a entregarle a Lina Morgan la Medalla de Oro del Trabajo. El acto lo ha organizado la Sociedad General de Autores de España, como mínima recompensa a una vida de trabajo teatral que la actriz comenzó a los 13 años de edad. Está contenta, y no puede evitar que una chispa de orgullo brille en sus ojos, que conservan una viveza juvenil y entusiasta. "Me satisface mucho que me hayan concedido esta medalla, porque si las horas sobre el escenario se midieran como las de los pilotos en vuelo, yo ganaría por muchísima diferencia. Son muchas horas y mucho trabajo. Pero también creo que en España hay grandes artistas de revista que han trabajado mucho y se lo merecen como lo pueda merecer yo. Por eso voy a recibir esa medalla como un premio colectivo, como un homenaje a tantos excelentes actores que son mis compañeros".El camino no ha debido de ser fácil. Pequeña y vivaracha, con una belleza que no se desprende de la opulencia, sino de la vivacidad de una cara que tiene un gesto pícaro cuando habla de las dificultades pasadas. "Me costó muchísimo imponerme. Han sido años y años de lucha. Incluso cuando ya llenaba los teatros, cuando hacía pareja con Juanito Navarro, siempre había una vedette delante de mí. Eso me daba mucha rabia. Yo me preguntaba: ¿por qué?, si la gente viene a vernos a nosotros, a Juanito y a mí. Pero no había nada que hacer. Ni el mismo empresario lo admitía. Siempre decían que no se podían cambiar las normas del género, que las cosas eran así, con una primera vedette escultural y una segunda graciosa, y no se podían ni tocar. Me llevó muchos años, pero aquí estamos".

Miedo al éxito

El tiempo ha pasado y los premios han tardado en llegar. Pero los viajes en desvencijados trenes; los alojamientos en estrechas habitaciones de hotel, con una solitaria bombilla iluminando las paredes desnudas, y los escenarios fríos e incómodos, sobre los que podía pasar cualquier cosa, se han terminado definitivamente. Lina recibió en 1982 el Premio Miguel Mihura de teatro. Dario Fo acudió a saludarla al camerino después de una de sus representaciones para declarar que la consideraba una actriz excepcional. Los críticos reconocen con unanimidad su talla artística, aunque a veces no estén de acuerdo con la revista. Políticos e intelectuales van a verla y a compartir su éxito con el público de siempre.A ella la situación le resulta satisfactoria, pero también le asusta un poco: "Todas estas cosas me hacen sentirme más responsable. Son ese tipo de cosas que una está deseando oír siempre, y cuando llegan dan un poco de miedo. El que haya gente importante que demuestre respeto por lo que una hace, por un género que ha sido injustamente despreciado, es algo que no puede sino satisfacerme. Pero siempre se tiene algo de miedo a defraudar, a hacerlo mal, a no dar la talla. Prefiero no pensarlo y hacer lo que siempre he hecho de la mejor manera que sé".

En una situación de este tipo siempre se corre el peligro de volcarse en intentar satisfacer a los nuevos conversos y olvidarse del público de siempre. "Nunca me lo he planteado de esa manera", comenta Lina cuando se lo pregunto. "Siempre he hecho lo que creía que debía hacer. El público de siempre sigue viniendo igual que antes, pero hay también un público nuevo y distinto. Eso es lo bonito, que vengan los dos públicos a verme, que pueda satisfacer cualquier exigencia haciendo lo que me gusta y siempre me ha gustado".

La revista, como género artístico, es algo netamente español, tan alejada del musical norteamericano como del vodevil francés. La mezcla de situaciones apenas hilvanadas por un leve hilo argumental y canciones conforma una manera especial de relacionarse con el público, y ha generado una larga nómina de actores y actrices valiosos, que en algunos casos, como los de Concha Velasco, José Sazatornil o Esperanza Roy, han pasado a otros campos de la interpretación y visto revalorizarse sus nombres, pero que en otros han permanecido fieles a esa luz de las candilejas que les confiere un aura especial, tal vez borrosa, pero siempre personal. Son los Tomás Zori o Fernando Santos, los Juanito Navarro o Quique Camoiras. Actores capaces de meterse en la piel de sus personajes y romper la risa en un quiebro del diálogo, de cantar un cuplé o saltarse las fronteras de la lógica con una morcilla oportuna y desternillante. Actores y actrices para los que no parecen encontrarse sustitutos fácilmente.

El cine por llegar

Lina Morgan también ha actuado a menudo para el cine. Probablemente no el que ella querría volver a hacer en estos momentos, pero un cine que tuvo gran resonancia pública. "Yo creo que soy un animal de teatro, pero el cine me gusta mucho. No me arrepiento de ninguna de las películas que he hecho, pero ahora me gustaría hacer otro tipo de cine distinto, aunque la verdad es que nunca me han ofrecido un proyecto interesante. Hace poco he hablado mucho con Pedro Almodóvar para hacer alguna cosa. Es un hombre que me parece encantador e inteligente, y creo que en su tipo de cine podría hacer un buen papel. De momento va a resultar difícil, porque con esto del teatro no queda mucho tiempo libre para dedicarse a otra cosa; pero en un plazo de tiempo un poco más largo sí que me gustaría".Con esa aspiración aún no cumplida acabamos la entrevista. Un olor de castañas asadas procedente de un pequeño puesto invernal invade la puerta del teatro. Lina Morgan vuelve a subir al escenario y deja en el despacho donde hemos hecho la entrevista ese aire frágil de niña precozmente crecida que tiene. A veces, mientras hablábamos, daba la impresión de poseer una fina sensibilidad que fuera a quebrarse en un escarceo de la vida.

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