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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra adaptación fallida

Nacida en 1931, en lo más negro de la depresión, en un programa radiofónico patrocinado por la revista Detective Stories, La Sombra (The Shadow) fue una criatura especialmente impactante, no sólo porque el mismísimo Orson Welles le prestase su voz, sino por el hecho de mostrar un arquetipo nuevo en un género en el que, además, todo se empezaba a escribir entonces. Convertido en héroe popular, el personaje pulió su principal característica, la de héroe escindido por su propia culpa asumida, y fue azote de delincuentes después de haber sido, durante años, un sanguinario bandido en el Tíbet.La desafortunada versión cinematográfica del comic tira literalmente por la borda todas las posibilidades del material original. Tal vez el primer problema de esta adaptación sea la elección del director, el impresentable australiano Russel Mulcahy -Los inmortales I y II o Extremadamente peligrosa-, que ya ha demostrado con creces lo que él considera que debe ser un filme de aventuras: mucho ruido y pocas nueces. Tampoco parece afortunada la elección de un actor tan blando como Alec Baldwin, incapaz de transmitir toda la duplicidad y las ambigüedades que arrastra el millonario Cranson / La Sombra.

La sombra

Dirección: Russel Múlcahy. Guión:David Koepp, según el personaje del comic homónimo. Fotografía: Stephen M. Burum. Música: Jerry Goldsmith. Producción: Martin Bregman, Willi Baer y Michael S. Bregman. EE UU, 1994. Intérpretes: Alec Baldwin, Penelope Ann Miller, John Lone, Peter Boyle, Ian McKellen, Tim Curry Estreno en Madrid: Carlos III, Victoria, Palacio de la Prensa, Excelsior, Plaza Aluche, Lumiere y Roxy B.

Pero estos detalles son menores en comparación con el principal: la compulsión que muestra La Sombra por mostrar hasta la saciedad el arsenal de efectos especiales con que se rodea el núcleo de la película. Todo es tosco y primario debido a la absurda creencia, tan en boga en las adaptaciones de novelas de consumo popular y de comics a la pantalla, de que cuando se parte de dichos materiales cualquier exceso en la pantalla es ya no tolerable, sino incluso exigible.

Así las cosas, La sombra aparece ante el espectador como un caro juguete para adultos cuya autoría, antes que al incompetente Mulcahy, cabría adjudicar a Joseph Nemec III, director artístico y responsable del look años treinta del filme. Sus personajes no son tales, sino caricaturas; las peripecias no resultan entretenidas, sino increíbles; su intención, en fin, no es otra que divertir, pero la inanidad de lo que plantea y el abuso y la prepotencia de su derroche visual dejan al espectador directamente fuera de lo que transcurre en la pantalla.

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