Mandíbulas incansables
El gigantesco tiburón que, por tercera vez, aprovecha las fiestas navideñas para devorar, ante los llorosos ojos de los escolares (las gafas para las tres dimensiones exigen la total rigidez de la columna vertebral, so pena de una visión permanentemente desenfocada) a algunas bañistas descaradas y a unos pocos esforzados submarinistas, es un bichejo que funciona como alegoría del castigo divino a la codicia humana.La película también puede verse como una venganza de la realidad contra la ficción o, mejor aún, de la auténtica ficción contra sus sucedáneos domesticados. A fin de cuentas, los visitantes del parque submarino -igual que los espectadores de la sala cinematográfica- quieren vivir aquello del como si...
El gran tiburón
Director. Joe Alves. Intérpretes: Denis Quaid, Bess Armstrong, Simon McCorkindale, Louis Gosset Jr. Guión: Richard Matheson, Carl Gofflieb. Fotografía: James A. Contner. Música: Alan Parker.Estreno en Albéniz, Bidepar y Palafox.
Y tal vivencia se consigue con un océano artificial, que en realidad está dentro de una laguna; con unos pasadizos en los que hay enormes ingenios mecánicos que imitan al enorme pulpo de Julio Verne en sus 20.000 leguas de viaje submarino, esgrimiendo unos tentáculos que cosquillean en la nuca a los turistas, de la misma manera que los arpones lanzados por Denis Quald se clavan en el entrecejo del espectador.
Ahí, en ese microcosmos acuático, hace su aparición mamá-tiburón - la suya es una muy justificada ira materna ante el robo de su retoño- y la emprende con todos, reivindicando su libertad y la de una naturaleza salvaje. El público es más, afortunado que los clientes del parque oceánico, ya que no hay nada real que venga a liberarle de su ensimismamiento, como no sea el humor del estallido final, cuando la dentadura de la bestia aparece en piezas sueltas.
El Gran tiburón está construida como las tópicas películas de catástrofes: Louís Gosset es el propietario que, como el de los aviones de la serie Aeropuerto, pone en peligro a centenares de personas. El Gran Tiburón / Jaws 3-D (que de las dos maneras se la llama en la publicidad y los créditos) ofrece algunos momentos divertidos, casi todos ellos surgidos de las limitaciones de su perversidad sádica: las masticaciones del animal acompañadas de un espléndido scrunch, scrunch, que sugiere una suerte de delirio gastronómico; la aparición de un cadáver en la mirilla del aquarium.
Son éstos los puntos culminantes de esta tercera entrega de una extraña serie iniciada por Spielberg y que amenaza con prolongarse, como otras muchas demostraciones de la falta de inventiva por la que atraviesa el cine norteamericano.
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