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Reportaje:

Marley, primer ídolo global

El último concierto se rescata en el 30º aniversario de la muerte de un cantante que retiene la enorme influencia social

Diego A. Manrique

El 11 de mayo de 1981, víctima del cáncer, Bob Marley fallecía en Miami. Juran muchos jamaicanos que, ese día, el plácido cielo isleño se rompió en rayos y truenos. Pero la tormenta era interior: con 36 años, desaparecía el único artista local idolatrado en los cinco continentes. Y pesaba cierto sentimiento de culpa: Marley se exilió en 1976, tras un sangriento intento de asesinato.

El antiguo proscrito tuvo funerales de Estado. La tumba es hoy una de las mayores atracciones turísticas de Jamaica; su mitología forma parte de la identidad nacional. En 2005, Rita Marley se jugó la vida cuando anunció que deseaba llevar los restos de Bob a Etiopía, patria espiritual de los rastafaris; la viuda debió echarse atrás apresuradamente.

La imagen y las ventas de Bob Marley se agigantaron tras su muerte. Y aún hoy da réditos: su discográfica publica estos días Live forever, grabación de su último concierto. Ética y estéticamente, se ha afianzado como el gran símbolo del llamado Tercer Mundo. Después de todo, era un mulato de manual: hijo olvidado de un militar blanco británico y una jamaicana muy religiosa. También su música millonaria era altamente mestiza. Basta con comparar los discos que hizo en Jamaica a partir de 1965 con los álbumes editados en el sello Island desde 1973. La diferencia la puso Chris Blackwell, fundador de Island, jamaicano blanco.

La genialidad de Blackwell consistió en introducir los Wailers en el mercado del rock, al inicio muy reticente a la propuesta. Island ya había inoculado el veneno del reggae con la banda sonora de The harder they come (Caiga quien caiga, 1972), un grandes éxitos de la Jamaica rebelde, pero Marley era hueso duro de roer: costaba entender su patois, por no entrar en su ideología, entre bíblica y separatista. El único elemento de su estilo de vida que despertaba simpatías era el consumo sacramental de marihuana, la poderosa ganja que -misteriosamente- los Wailers hurtaban a las pesquisas de los aduaneros de la Europa anterior a Schengen.

Muchos oyentes tampoco percibieron que la música de los Wailers estaba mistificada. Blackwell añadió partes de guitarra eléctrica, como gancho para el público del rock. También facilitó la entrada de costosos sintetizadores o el acercamiento a ritmos de disco music. Votó por la vistosa presencia de las I-Three, coro formado por Judy Mowatt, Marcia Griffiths y la sufrida Rita.

No hablamos de imposiciones. Marley era un hombre viajado, con estancias en Suecia o Estados Unidos: sabía que conquistar el mundo requería seducción y flexibilidad. Ningún problema en que la atención se focalizara en su persona: de The Wailers se pasó a Bob Marley and the Wailers y, tras la marcha del místico Bunny Livingstone y el agresivo Peter Tosh, al más manejable Bob Marley, a secas. Cuidaba, además, su look, en contra del precepto rasta que prohibía recortar el pelo facial. También ejercía la diplomacia: Island llevó aviones de periodistas a Kingston y Bob impidió que colisionaran con las realidades más crudas de Jamaica o la subcultura rastafari. No se trataba de peligros teóricos: en ruta hacia el funeral de Marley, su amiga (blanca) Vivien Goldman fue asaltada por una turba, empeñada en robarla o algo peor.

La jugada de Blackwell funcionó por encima de toda previsión: el reggae dejó de ser ritmo veraniego para evolucionar hacia motor de un movimiento global. Legend, recopilatorio póstumo, ha despachado más de 20 millones de copias. Nadie pudo llenar su hueco, aunque Island lo intentara.

Existe una coda poco conocida. Entusiasmado por el impacto de Marley, Blackwell ofreció Island como trampolín para lanzar otras músicas calientes: publicó discos, a veces pensados con voluntad de crossover, del colectivo Fania All Stars, el brasileño Jorge Ben o nuestro Paco de Lucía. No pasó nada, pero, ya en los ochenta, Island se adelantó al fenómeno de la world music con gigantes africanos tipo Manu Dibango o Salif Keita. Hay justicia poética en el hecho de que aquello fuera financiado por los éxitos de Marley: las royalties de Marley en Nigeria, imposibles de repatriar por orden del dictador de turno, terminaron pagando la producción de Juju Music, el estreno en Island del maestro King Sunny Adé.

SCIAMMARELLA
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