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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Melodías de prostíbulo

Diego A. Manrique

En su torrencial La del pirata cojo, Joaquín Sabina desgranaba una variedad de ocupaciones deseables; allí, entre "Al Capone en Chicago" y "fotógrafo en Playboy", mencionaba la de "pianista en un burdel". Ése es precisamente el primer oficio remunerado del protagonista de El pianista siciliano (Umbriel Editores, 2009), que firma Alfio Caruso. Si hemos de creer al autor, el puesto también incluía recompensas carnales.

Caruso es un estudioso de la Mafia que ha decidido fundir sus inmensos conocimientos en forma de novela. El pianista siciliano sigue las andanzas del imaginario Guglielmo Melodia, un pobre diablo que, en una iglesia de su Catania natal, descubre que tiene oído absoluto: puede reproducir cualquier música, tras haberla escuchado una vez. Y toca a Verdi y a Gershwin con igual aplicación.

El primer jazz se benefició del peculiar mecenazgo de los mafiosos

Las mejores páginas del libro son las que retratan la (misérrima) vida cotidiana en Sicilia a principios del siglo XX. Pero Melodia, implicado involuntariamente en un asesinato, debe largarse a Estados Unidos, tras esconderse en Túnez: interesante recordar tiempos en que los europeos se veían abocados a la emigración clandestina, sobre todo cuando las autoridades estadounidenses decidieron rechazar a los analfabetos.

Sus habilidades como jukebox humano le permiten trabajar para la Cosa Nostra, ambientando tanto locales nocturnos como conclaves privados. Como Leonard Zelig, el héroe de Woody Allen, Melodia se codea con Vito Genovese, Frank Costello, Joe Bonanno y otros "enemigos públicos". Asiste a trapicheos electorales de los mafiosos a favor de Roosevelt, pone a prueba las facultades cantoras de Frank Sinatra, vuela a Cuba para reunirse con el liberado Lucky Luciano y reemplazar (¿eh?) a Benny Moré.

La fórmula Zelig empacha: resulta inconcebible que los capi insistan en hacer confidencias a Melodia, cuyos servicios aprecian pero al que ciertamente no respetan como hombre. Ni siquiera sabe elegir caballo ganador: intima con Bugsy Siegel, que es ejecutado por sus socios cuando se dispara el presupuesto del Hotel Flamingo, piedra fundacional de la reinvención de Las Vegas como ciudad del pecado.

Pero el pianista de Catania tiene motivos para sentir agradecimiento hacia Siegel: el gánster le presenta a Duke Ellington en Harlem. Ocurre que Melodia se ha enamorado del jazz, aunque su facilidad para la copia parece impedirle la expresión personal: "Cuanto más me empeñaba en tocar St. James Infirmary o Mood indigo, más me percataba que siempre sería el señor Don Nadie mezclado con el señor Don Nada. Louis Armstrong tomaba una nota, se la ponía bajo el brazo, daba con ella una vuelta a la manzana y luego la despedía. Me consolaba pensando que ya era un gran regalo del Creador poder remedar su genio".

Por lo que parece, El pianista siciliano tendrá continuación: termina con la vuelta de Melodia a Italia, tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque el novelista no enfatiza esa simbiosis, se palpa la íntima relación entre jazz y gansterismo. Esa proximidad dio mucho juego a Coppola y Altman, en películas como Cotton Club y Kansas city, pero viene de antes; tiene incluso sus raíces en Nueva Orleans.

Es un secreto a voces que, a principios del siglo XX, la explotación de los vicios en la cuna del jazz estaba en manos de sicilianos y judíos. Hasta que, en 1917, se clausuró Storyville, el barrio caliente de Nueva Orleans, usando como excusa un homicidio y la abundancia de enfermedades venéreas entre los inquilinos de la cercana base naval. Hoy se piensa que la Marina actuó de acuerdo con la oligarquía local, inquieta ante el creciente poder de los mafiosos.

Fue ciertamente un contratiempo para los malandrines de Nueva Orleans... y una bendición para el jazz. Los músicos, que ya habían empezado a viajar, se desperdigaron por todo Estados Unidos, difundiendo los ritmos hot. Muchos de aquellos instrumentistas tenían apellidos italianos y, en menor grado, hispanos. Ellos han sido borrados de la historia oficial del jazz, pero ésa es otra historia.

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