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Mijaíl Barishnikov anuncia la apertura de su centro de danza en Nueva York

El proyecto intenta paliar el "continuado descuido" de la Administración de Bush hacia la cultura

El bailarín ruso-norteamericano Mijaíl Barishnikov (Riga, Letonia, 1948) ha anunciado la apertura el próximo verano de un centro para la experimentación y la promoción de la danza en todos sus campos, que estará en pleno Manhattan. La idea le venía rondando a Barishnikov desde hace años, y los éxitos alcanzados con el White Oak Dance Project le animaron a una empresa más que difícil en un país donde la danza escénica depende básicamente del mecenazgo privado, primero, y del posible éxito comercial, después. Una gala benéfica el próximo 31 de enero dará salida pública al proyecto.

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El dinero de las artes

A punto de cumplir 56 años (nació un 27 de enero en una helada madrugada del Báltico), Mijaíl Barishnikov está eufórico, como en sus días de estrellato del American Ballet Theatre (ABT), compañía que dirigió desde 1980 a 1989. Y es que el astro del ballet clásico, que luego se adaptó espléndidamente al paso de los años y a la expresión contemporánea, genera a su alrededor un halo de trabajo creador.

Desde 1986, Barishnikov es ciudadano norteamericano, y siempre se ha mostrado agradecido a un país que le acogió desde un primer momento como una estrella cuando se atrevió en 1974 a dar el gran salto de su vida sobre el telón de acero y huir de la opresiva y lamentable situación que vivía Rusia bajo el poder soviético. Pero esa asunción de la libertad individual primero y de la ciudadanía estadounidense después no le ha hecho callarse, sino todo lo contrario. A su rebeldía inveterada (dejó el ABT en 1989 tras una sonada polémica con el consejo de administración de la compañía de ballet más importante de Norteamérica) une una voluntad de autorrenovación que no tiene precedentes dentro de las grandes carreras del ballet clásico del siglo XX, y que en este caso se proyecta hacia el XXI con una energía a tener en cuenta. "No es un niño, pero lo parece", dijo de él una enamorada Jessica Lange, con la que tuvo una hija y con quien conserva una estrecha amistad hasta la confidencia.

El bailarín ha sido muy claro en sus recientes declaraciones ante la indiferencia y el "continuado descuido" de la Administración Bush con la cultura en general y con la danza en particular, y en especial con la educación de las artes. Barishnikov se siente en deuda con su país de adopción, quiere "hacer algo por la danza y por la cultura norteamericanas".

Balletomanía

El resultado será el Barishnikov Arts Center, en la Calle 37 Oeste de Manhattan, que abrirá sus puertas definitivamente el próximo verano y para el que ya ha movilizado a esa balletomanía que lo venera, a sus amigos coreógrafos y bailarines y a un grupo de mecenas aún por nombrar. El proceso de creación y puesta a punto se ha llevado con bastante discreción, y la primera actividad pública para recaudar fondos tendrá lugar este 31 de enero en el New Victory Theater, donde dos de sus mejores amigos, el coreógrafo Eliot Feld (Brooklyn, 1942), que formó parte del elenco original de West side story, y el primer bailarín del New York City Ballet (NYCB), Damian Woetzel (Nueva York, 1960), estarán a su lado.

Estos tres astros del ballet neoyorquino ya habían coincidido en octubre de 2003 en los salones de la Ballet Tech Foundation, y allí comenzaron a gestar esta gala del próximo día 31. Este espacio es donde Feld desarrolla desde 1978 su trabajo docente con niños y su obra creativa, poco conocida por el público europeo, pero muy valorada dentro de ese ballet abstracto protonorteamericano, que ahora está de nuevo en auge y que parece marcar las directrices y destinos del ballet contemporáneo. El tesón y la capacidad de Feld para con los más pequeños ha sido esta vez la inspiración para Barishnikov.

Para la gala, Feld ha creado dos nuevos solos, uno para Misha (ya había hecho algo así en 1977) y otro para Woetzel. Feld recuerda estos días cuando, con apenas 11 años, ya hizo de principito en el Cascanueces de Balanchine y cómo en 1980, cuando Damian tenía 20 años, creó para él un papel en Unanswered question, sobre música de Charles Ives. Ellos son parte viva de la historia de la danza en Nueva York en los últimos 30 años. Lo siguen siendo.

Tanto Barishnikov como Woetzel son muy queridos en esa Nueva York implacable pero siempre volcada con el gran espectáculo, y confían en llenar de incondicionales el New Victory Theater. Barishnikov sigue de actualidad (una de sus últimas apariciones tras su presencia en Broadway fue en la serie Sex and the city, donde sostenía un tórrido romance con Sarah Jessica Parker; Woetzel, por su parte, ha debutado como coreógrafo de éxito en la New York City Opera, y ha cantado y bailado en la versión de concierto de Jubilee, de Cole Porter. Esta temporada, Damian ha alcanzado un gran éxito en su casa madre, el NYCB, en la nueva versión del Rossignol de Stravinski, coreografiado por Susan Stroman, un valor emergente del nuevo ballet americano.

Feld y Woetzel están entusiasmados con el proyecto de Barishnikov y ya piensan en integrarse en varios programas del nuevo centro de Manhattan, algo que seguramente revolucionará el siempre activo panorama de la danza neoyorquina, si se tiene en cuenta que recientemente también la fundación y escuela Alvyn Ailey han estrenado sus flamantes locales en la Gran Manzana.

La revista Vanity Fair, en su número de enero, y con unas emotivas fotografías firmadas por Bruce Weber de los tres artistas, se hace eco de un proyecto que es algo más que la respuesta de una sola persona a los desaguisados del National Endowment for the Arts, el organismo de titularidad pública que se ocupa, genéricamente, de la danza y sus apoyos divulgativos. Woetzel dice: "Todo esto es producto del mismo interés que trajo a Misha a este país, el deseo de la libertad artística".

Mijaíl Barishnikov, en 1999 en Madrid.
Mijaíl Barishnikov, en 1999 en Madrid.GORKA LEJARCEGI

Éxodo

En el último Festival Internacional de Danza de Cannes coincidieron tres grandes figuras de la danza norteamericana actual, representantes máximos de tres generaciones y tres formas de ver la más pequeña y problemática de las artes escénicas: Trisha Brown (Aberdeen, Washington, 1936), William Forsythe (Nueva York, 1949) y John Jasperse (Washington, 1963).

Trisha Brown y su compañía, verdadero emblema superviviente del posmodernismo, actúa más fuera de Estados Unidos que en su tierra, por grande que sea aquel país. La coreógrafa, con la discreción que la caracteriza, pero siempre con una honesta visión de las cosas, se mostró en Cannes preocupada por la situación actual y se manifestó claramente contraria a la guerra de Irak, a todas las guerras. Por otra parte, su preocupación iba dirigida a la pervivencia de la danza de vanguardia y al notorio éxodo de talentos. El fenómeno no es nuevo. Se trata de una ruta con cierta lógica profesional que han seguido muchos en muchas direcciones, desde Carolyn Carlson en Venecia a John Neumeier en Hamburgo; el arte del ballet, toda la danza, por las razones que sean, parece tener el éxodo como uno de sus emblemas damoclianos.

William Forsythe, neoyorquino de pro, vive en Europa desde hace más de 20 años, y ha dirigido con mano maestra y férrea el Ballet de Francfort. Ahora, la ciudad del Meno le rescinde el contrato y disuelve su compañía, generadora del fenómeno innovador más importante de los últimos 30 años en el ballet internacional, pero a Billy no se le puede hablar de volver a Estados Unidos. No quiere. Le espanta. Está en contra de lo que allí sucede. Es un hombre valiente y un creador excepcional que defiende sobre todas las cosas la libertad individual del artista.

Estas mismas razones son las que han decidido a John Jasperse a radicarse de manera estable en una ciudad del sur de Francia. Está decepcionado de su tierra. Ve más oportunidades en la vieja Europa. Aquí se le comprende mejor (la Ópera de Lyón le ha encargado producciones importantes) y la crítica no recela de su estética extrema y rupturista.

Europa les acoge, y en cierto sentido les salva de una clara corriente de desidia e involución que de alguna manera oscura también se siente en España. La danza también paga el pato y el precio más alto una vez más.

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