Monstruos psicodélicos

Los gustos cambian, algunos insisten incluso en que degeneran. Es cierto: algunas músicas rechazadas en el momento de su concepción terminan encontrando su nicho. Ocurrió con el lounge, manifestación de una estética contraria a la del rock; varias décadas después, terminó siendo asimilado por la élite desprejuiciada del indie.
Un proceso similar está alterando la valoración de los discos más detestados de la historia del blues: los álbumes psicodélicos de Muddy Waters y Howlin' Wolf. En el caso de Electric mud (1968), se decía -idéntica leyenda urbana afectaría a La leyenda del tiempo, de Camarón- que muchos compradores devolvieron el disco, alegando que se trataba de una estafa, que aquel no era Muddy Waters.
Muddy Waters y Howlin' Wolf sufrieron los experimentos del sello Chess
En realidad, Electric mud estaba destinado a la gente del rock y funcionó: fue el primer elepé de Muddy Waters que entró en las listas de Billboard. El artífice fue Marshall Chess, hijo del fundador del sello Chess. Marshall tenía sensibilidad rockera -terminaría como director de Rolling Stones Records- y quería abrir mercado fuera del gueto. Montó un subsello, Cadet Concept, donde debutaron grupos tan improbables como Rotary Connection, con Minnie Riperton entre los vocalistas. Chess hizo lo que pudo, como muestra el suculento recopilatorio Psychedelic jazz and funky grooves.
Lo de Electric mud iba por otra línea. Muddy Waters cantaba rodeado de un maremagno de guitarras con efectos, metales (incluyendo un saxo eléctrico), ritmos pesados. Horrorizó a muchos, al interpretar el Let's spend the night together, de los Rolling Stones: ¡el padre imitando a los discípulos! Para más inri, en la contraportada aparecía un Muddy carnavalesco, túnica de monje, agarrado a su Gibson.
La furia con que fue acogido Electric mud asustó a Marshall Chess. Cuando repitió la jugada con el otro titán del sello Chess, Howlin' Wolf, el elepé tenía un título largo y provocador, incluso paternalista: Este es el nuevo álbum de Howlin' Wolf. A él no le gusta. Tampoco le gustó su primera guitarra eléctrica.
Si Muddy Waters guardó las formas, Howlin' Wolf no se calló. En las partes habladas del disco, manifestaba su desprecio por el sonido de la guitarra pasada por gua-gua y otros pedales. Insistía en que el blues era algo más que un ritmo para que bailaran hippies colocados.
En los más de 40 años transcurridos, Marshall Chess ha gastado muchas energías defendiendo sus buenas intenciones y, eso ya se le hace más cuesta arriba, la validez de aquellos experimentos. Y el viento sopla a su favor.
El concepto mismo de psicodélico tiene ahora un aura positiva. Aunque se podría afirmar que el acompañamiento de Muddy Waters y Howlin' Wolf tiende más hacia el acid rock: son músicos profesionales a los que dio carta libre para desmelenarse, no exploradores de visiones alteradas. El principal solista, Pete Cosey, era un guitarrista -negro y hendrixiano- que luego encontraría acomodo en la banda de Miles Davis. Que resultó un jefe más comprensivo: allí no sufrió el desprecio de Howlin' Wolf, que no soportaba ni su sonido ni sus pintas.
Cosey reapareció en 2004, en los documentales que produjo Martin Scorsese sobre el blues. En el capítulo Godfathers and sons, se reunían los músicos que tocaron en Electric mud, que se autodenominaban The Electric Niggers (nombre vetado por Chess, sabedora la compañía de la carga hiriente de la palabra nigger). En complicidad con Chuck D, de Public Enemy, crearon un tema ante las cámaras.
Existe incluso una banda neoyorquina llamada Electric Willie, que se reúne ocasionalmente para recrear repertorio de Willie Dixon, el compositor de cámara del Chicago blues, bajo los parámetros de los discos malditos de Muddy Waters y Howlin' Wolf. Ha salido recientemente un directo de Electric Willie, A tribute to Willie Dixon (Enja / Resistencia) y resulta ser un festín de guitarristas heterodoxos -Elliott Sharp, Henry Kaiser, Glenn Phillips- delirando a gusto. Volumen, elasticidad, distorsión: los privilegios del rock libre.
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