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Cuenta atrás para los Oscar
Columna
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Nominados y ausentes

Estamos en plena campaña, de elecciones y de oscars. Con pocos días de diferencia se han hecho públicas las nominaciones de los candidatos del PP para las próximas elecciones de marzo, y de los artistas y artesanos cinematográficos que el día 24 de febrero acudirán a la ceremonia de los premios Oscar histéricos e ilusionados, si la tenaz huelga de guionistas no lo impide. Es momento de celebraciones y de lamentos. Uno celebra la presencia de películas y artistas que te han emocionado a lo largo de esta irregular temporada, y lamenta alguna ausencia. Siempre las hay en este juego cruel de listas y premios. Un juego no lo es si no implica cierta dosis de crueldad.

Por la parte que me toca estoy muy contento de que Javier Bardem haya sido nominado (por segunda vez) para recoger un premio que parece diseñado para él, sólo para él, si no ocurre lo del año pasado, es decir, que los miembros de la Academia de Hollywood decidan homenajear al candidato de más edad. Ocurrió con Alan Arkin, por Pequeña Miss Sunshine. Este año, Hal Holbrook por Hacia rutas salvajes está en la misma situación. Pero sería muy raro que a Javier no le premiaran ahora por su portentosa interpretación en la película de los Coen, en un personaje que el propio novelista Cormac McCarthy parece haber escrito pensando en las características físicas de Javier. La alegría de su nominación se completa con la del músico vasco Alberto Iglesias. Aunque parezca autobombo, en Hollywood hay ganas de premiar a Alberto desde Hable con ella. En los últimos ocho años, Alberto se ha convertido en una referencia esencial para los compositores de todo el mundo. Este año no es el favorito en su categoría, pero nunca se sabe, el resultado final siempre depara sorpresas.

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En el apartado de ausencias, del mismo modo que lamento la ausencia de Gallardón en las listas del PP (aunque por un lado me alegro, Gallardón supone un auténtico peligro para la izquierda de nuestro país, peligro que paradójicamente desaparece por la torpeza de quien debía promocionarle), en las de Hollywood echo de menos la presencia de películas más que notables, ajenas a toda fórmula, aunque superficialmente parezcan lo contrario, Death proof, de Quentin Tarantino, Deseo, peligro, de Ang Lee, aunque el otro día no les gustara a nuestros Príncipes, pero, sobre todo, deploro la ausencia de En el valle de Elah, de Paul Haggis. Sólo su protagonista, Tommy Lee Jones, ha conseguido un lugar entre los cinco nominados a la categoría de Mejor Actor Protagonista, frente a un Daniel Day-Lewis que, en lo que va de temporada, ha fagocitado todos los premios posibles por su extraordinaria actuación en Habrá sangre, o Correrá la sangre, me niego a utilizar el título en español más propio de un culebrón venezolano, Pozos de ambición. Exceptuando esta nominación, la espléndida película de Paul Haggis brilla por su ausencia en los demás apartados.

Además de la injusticia de no estar donde deberían, sin que dependa de ellos, Gallardón y la película de Paul Haggis tienen un elemento más en común. La guerra de Irak.

No sé qué piensa Gallardón de la guerra de Irak antes y después de que se provocara. Sí nos consta lo que hizo su partido, o al menos el jefe máximo de su partido: apoyarla sin titubear, mientras el 90% de los españoles nos desgañitábamos en la calle gritando "no". La discriminada película de Paul Haggis habla precisamente de esa guerra, con la perspectiva de los cinco años pasados desde que estalló. El filme narra sin aspavientos el dolor, que de tan brutal resulta paralizador, de las personas que colateralmente están sufriendo sus efectos (curiosa palabra, colateral, tratándose de personas -los padres de los soldados- a las que la guerra les ha destrozado la vida. Personas que nunca se recuperarán, como tampoco recuperarán a sus hijos).

Junto a No es país para viejos, de los Coen, y Correrá la sangre, de Paul Thomas Anderson, la película de Paul Haggis es una de las grandes películas americanas de este año. En su país no ha gustado. Ni al público ni a la crítica. Paul Haggis es un gran guionista que se está consolidando como gran director. Yo creo que su debut, Crash, fue una película sobrepremiada. Pero no hay que olvidar que también escribió el guión de Million dollar baby y de Cartas desde Iwo Jima. No es extraño que En el valle de Elah tenga el aroma de las últimas obras maestras de Clint Eastwood, del que Paul Haggis sería su hijo natural.

La búsqueda paciente e insistente del personaje de Tommy Lee Jones, empeñado en descubrir quién mató a su hijo marine, ex combatiente de Irak, de vuelta a su cuartel habitual, del cual desaparece una noche de farra y al que no volverá jamás; como digo, esta búsqueda tenaz y casi animal de Tommy Lee Jones nos sitúa ante una de las conclusiones más originales y tremendas sobre la gran tragedia que supone la guerra de Irak. Esta guerra no sólo le roba los hijos a las familias de la clase media baja americana, no sólo los mata, sino que antes de morir los convierte en monstruos.

Es un mensaje muy crudo, casi insoportable. Y desde luego en América no están dispuestos a que nadie se lo eche en cara, mucho menos de ese modo. Al final de la película, Tommy Lee Jones cuelga ante el edificio del Ayuntamiento la bandera de Estados Unidos invertida. Es una venganza que tal vez el público europeo no advierta, pero, que yo recuerde, es el gesto más ofensivo que jamás haya visto en cine hacia el símbolo de la patria americana. Y lo hace un ex combatiente. También el personaje de Tommy Lee Jones ha defendido a su país en otra guerra, en la de Vietnam.

Por lo demás, las nominaciones son las que se esperaban. A destacar la buena relación de literatura y cine, grandes novelas, convertidas en grandes películas, o en pequeñas producciones que sirven de perfecto vehículo para que actrices mayores de 20 años demuestren su grandeza. Es el caso de Julie Christie, un premio casi tan cantado como el de Daniel Day-Lewis, protagonista -ella- de un relato conmovedor y magistral escrito por una de mis escritoras contemporáneas favoritas, Ver las orejas al lobo, de Alice Munro. También adoro la obra de Cormarc McCarthy, ambos, Munro y McCarthy, comparten un lugar destacado entre los libros que se amontonan en mi mesita de noche, y que velan mis sueños.

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