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En la Ópera de Washington se habla español

La llegada de la Infanta Cristina y su familia a la capital norteamericana y el ecléctico repertorio de Placido Domingo convierten el teatro en un punto de encuentro de la comunidad española

En Washington, uno no es nadie si no se deja caer por la ópera. Y más cuando esa ópera la dirige alguien como Plácido Domingo y tiene en su repertorio joyas como una lujosa representación del último libreto de Giuseppe Verdi, Falstaff, o una futura recreación de la emblemática pieza norteamericana Porgy and Bess. La Ópera Nacional de Washington es, además, un lugar de encuentro para la comunidad española en la capital norteamericana, un lugar para ver, y ser visto.

La Infanta Cristina, recién mudada a Washington, llevó el pasado 17 de octubre a sus cuatro hijos - Juan Valentín, Pablo Nicolás, Miguel e Irene - a un espectáculo para niños en el que se explicó de modo didáctico la creación de un montaje operístico, aprovechando la representación de Falstaff. Junto a ella estaban el maestro Domingo y el célebre cocinero José Andrés, que regenta restaurantes de culto en Washington, como Jaleo, Zaitinya o Café Atlántico.

Domingo se hizo cargo de la ópera de Washington en 1996, una década después de su fulgurante estreno con la ópera de Gian Carlo Menotti, Goya. Fue aquel, 1986, el gran momento hispano en la Ópera de Washington: un tenor español interpretando a uno de los pintores españoles más universales, con un director español, Rafael Fruhbeck de Burgos, a la batuta. La misma reina Sofía acudió al estreno.

En su décimo tercer año como director de la Ópera de Washington, Domingo ha diseñado un repertorio ecléctico, con una fuerte presencia de la ópera italiana cómica, como El Barbero de Sevilla o la misma Falstaff, esta última con una puesta en escena muy compleja y rica, un verdadero homenaje al imaginario de las obras teatrales de William Shakespeare.

Estas recreaciones atraen a la élite política y cultural de una ciudad erigida sobre el poder del Gobierno y el Congreso. A pocos en la capital de Estados Unidos les sorprendió ver, el pasado sábado, a dos jueces de la Corte Suprema en el escenario, mientras Iréne Theorin y Corey Evan Rotz lideraban el reparto de Ariadna en Naxos, de Richard Strauss, con Andreas Delfs a la batuta y la dirección de escena a cargo de Chris Alexander.

Ariadna en Naxos es una ópera dentro de una ópera, un choque entre un reparto de ópera clásica y una tropa de actores de la commedia dell'arte. En un momento, aparecen los convidados a una cena en una moderna y lujosa mansión. Entre ellos estaban cinco abonados y patrones de excepción de la Ópera Nacional de Washington: los jueces Antonin Scalia y Ruth Bader Ginsburg; el marido de esta última, Martin Ginsburg; la representante Eleanor Holmes Norton, y la filántropa Adrienne Arsht. Fue, eso sí, una sorpresa ver a la alegre Zerbinetta, interpretada por la soprano de coloratura Lyubov Petrova, sentarse en el regazo del juez Scalia, uno de los miembros más conservadores de la corte. Sólo en la ópera puede suceder algo semejante.

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