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"La guerra sería un mal sueño"

Hasta el lunes, Lanza del Vasto era un hombre corpulento, un ancho esqueleto de casi dos metros, sobre el que no reposaba sino musculatura ágil por el trabajo manual y las largas horas de meditación y nervios controlados, desde la mirada pálidamente azul, gris, por una sorprendente, vital fuerza interior. La blanquísima barba partida en dos, la envergadura de tórax y brazos y los pies descalzos hacían de él un Moisés herido por la Visión, de expresión resuelta y cercana a una ira santa, que nada podía tener que ver con la de los violentos, y con una terquedad de la que más de una autoridad ha protestado y llegado a mayores.«A veces», decía en la entrevista que le hizo este periódico hace dos años, «dejamos nuestros huertos y nuestros talleres y salimos alas calles a dejarnos apalear por la policía, a que nos conduzcan a los calabozos. Hacemos ayunos públicos y otros pequeños ejercicios de acción cívica no violenta... Y bien, a veces conseguimos lo deseado, y siempre hay pequeñas victorias secretas. Sobre todo, los efectos de la no violencia en las almas». A veces, por ejemplo, en Clichy, en 1959, protestando por las torturas en Argelia, o en 1972, una huelga de hambre de quince días y una escandalosa carta al presidente de la República por la ampliación del campo militar de Larzac.

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«Si todos hicieran lo que nosotros», terminaba la misma entrevista, «la guerra sería un mal sueño, la pobreza no existiría, desaparecerían las cuatro plagas que asuelan el mundo contemporáneo ». Las cuatro plagas eran como se sabe, la guerra -él conoció las dos grandes del siglo, para marcar su adolescencia y su madurez, y también las guerras coloniales que otros llamaban ¡mperialistas, de las que aprendió tanto-, la sedición, la servidumbre y la miseria.

La gente que sigue a Lanza de Vasto ha sustituido, según su lección, el trabajo asalariado e industrial por la participación en una pequeña comunidad agraria, autosuficiente económicamente Salva la alienación del hombre urbano negando el salario y la propiedad privada, uniendo en cada una de las personas miembros el trabajo manual y la actividad intelectual, reuniendo en la misma unidad de vida la que consideran institución central, la familia -es decir, la pareja estable y sus hijos-, y el conjunto de la comunidad. A Lanza del Vasto no le gustaba oír hablar de comunas, porque le sonaba a promiscuidad, drogas, así. Pero lo suyo era eso, una comunidad viva, unida en el trabajo y también en las fiestas, en la creación artística y en los cantos, en una serie de pequeños ritos que cruzan, como entidades rurales que son, los ciclos de la germinación de la tierra, de la recogida de las cosechas, de los mejores momentos de cocción de la alfarería y de hilado de las telas...

Dentro sienten serenos los hombres de Lanza del Vasto, muchos de ellos jóvenes, es la paz. Fuera siguen la guerra, la miseria. Lanza del Vasto, Shantidas, mueve una imaginaria vara-serpiente y reparte las responsabilidades. «Desde mi juventud», ha dicho, «comprendí que la desgracia de los hombres no venía del cielo como los cataclismos naturales, sino que nuestro modo de vivir en paz engendra la guerra y la destrucción. Y no por obra de los malos», aclaraba, «o por la violencia de los violentos, sino por la obra de la gente de bien que vive secún las leyes, la que cumple con su deber. Basta que la gente de orden sigamos haciendo lo que hacemos para que todo, en un momento dado, se caliente y estalle».

Naturalmente, tanto la propuesta de Lanza del Vasto como su análisis de la buena gente, que él formula desde hace treinta años, va a encontrar su fruto y su imagen, alguna vez -según él-, adulterado; otras, superado, y muchas más, pasajero; pero, en cualquier caso, con carácter muy global en los sesenta. Frente a todo esto, y a modo de criba, Lanza del Vasto impone sus siete votos: trabajo manual, obediencia a la decisión común, responsabilidad y corresponsabilidad, pobreza, no violencia, veracidad y purificación. Ahora la década pierde un hombre seguramente más necesario que nunca y, probablemente, más difícil de comprender.

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