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París exhibe las mejores creaciones de la provocadora Elsa Schiaparelli

El Museo de la Moda reúne 250 piezas, la mayoría anteriores a 1939

El Museo de la Moda y del Textil de París, situado en un ala del palacio del Louvre, expone, hasta el 29 de agosto, 250 obras firmadas por Elsa Schiaparelli y procedentes de los propios fondos del museo parisiense y del de Filadelfia, en EE UU. Se trata de ropas de todo tipo, pero también de accesorios, fotos, películas y mobiliario, evocación del breve pero prodigioso reinado de Schiaparelli sobre el gusto indumentario mundial entre los años 1927 y 1939, con un epílogo que se prolonga hasta 1954, aunque ya tiene otro tono.

Elsa Schiaparelli (Roma, 1890-París, 1973) decía que "una mujer no ha de ajustarse nunca un vestido al cuerpo, sino dejar que su cuerpo se adapte al vestido". Había pues que aprender a vivir en el mundo, había que interesarse más por los demás que por una misma. Eso hizo que esta gran creadora de moda, seguramente la primera estilista de ropa con conciencia y voluntad de artista, colaborase con Salvador Dalí, Jean Cocteau, Giacometti, Man Ray, Duchamp, Picabia, Breton o Jean Michel Frank, entre otros. Con Schiaparelli la ropa deja de ser sólo ropa. Su deseo es que la moda transcienda a la moda, ligarla a una noción de creatividad que no es ni meramente instrumental ni simbólica.

Si Coco Chanel supo poner en pie un negocio muy sólido que la sobrevivió, Schiaparelli, nacida en un palacio, hija de eminentes intelectuales y científicos, no tenía ninguna habilidad manual, pero era capaz de comprenderlo todo. Ella ideó la moda del futuro, hizo collares con piezas con forma de aspirina, sombreros que se asemejaban a una chuleta, un tintero o un zapato, colecciones temáticas, bolsillos en forma de cajón, trajes-pantalón cuando nadie los llevaba, jerséis que simulaban ser camisas con corbata, trajes de baño estampados con pececillos, monos de trabajo reconvertidos en ropa elegante; y fue también quien imaginó primero vender su nombre y marca o comprendió el potencial económico de la perfumería. Pero, demasiado esteta para sacar todo el partido posible de sus intuiciones, tuvo que cerrar su tienda en la plaza Vendôme en 1954.

La visita a la exposición parisina supone un extraordinario viaje por la cotidianidad elegante del surrealismo. No es extraño que su tienda sea definida por Salvador Dalí como "el lugar donde se producen los fenómenos morfológicos, donde la esencia de las cosas es transustanciada, donde bajó la lengua de fuego del Espíritu Santo de Dalí". Meret Oppenheim podría decir otro tanto. Los guantes negros con uñas pintadas de rojo o de color carne y con venas azules, los botines peludos de piel de mono, el vestido-esqueleto o el traje con desgarros pintados, amén de los sombreros y cinturones musicales, son a la vez plasmaciones de un universo pintado o escrito por otros, pero a menudo esas ropas o accesorios también anticipan lo que Cocteau, Dalí u Oppenheim harán luego.

El sentido de la provocación de Schiaparelli puede resumirse en la expresión inglesa Shocking, que le sirvió tanto para titular sus memorias, para bautizar su tonalidad de color rosa preferida o para también dar nombre a su primer perfume, comercializado en una botella que reproduce las formas del cuerpo femenino, pero no de cualquier cuerpo sino del de la exuberante Mae West. La estrella hollywoodense encarnaba una vulgaridad asumida, una sexualidad desinhibida y un sentido de la irrisión que encantaban a la refinadísima Schiaparelli. Hoy, Jean Paul Gaultier ha copiado sin recato el frasco.

Unos zapatos de Schiaparelli expuestos en el Museo de la Moda y del Textil de París.
Unos zapatos de Schiaparelli expuestos en el Museo de la Moda y del Textil de París.
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