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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Pintar con pintura

Cuando la transgresión se hace una rutina deliberada, todos los días se arruinan y la excepcionalidad del plato del pecado se convierte en un simple rancho de la infracción.

A esto se ha llegado plenamente en el llamado mercado del arte, donde no solamente se exhiben desperdicios o animales en putrefacción, sino, por la misma lógica, animales muertos y desperdicios podridos en procesos de conservación.

No sólo se exponen ya habitualmente excrementos para llamar una aburrida atención, sino personas mismas a punto de morir, como intentó Gregor Schneider (León de Oro de Venecia, 2001), pretendiendo llevar, en 2008, un enfermo agonizante a una feria de arte y dejarlo expirar allí. Antes, el artista costarricense Guillermo Vargas, en una feria en Nicaragua en octubre de 2007, ató a un perro callejero frente a un grupo de alimentos que nunca podría alcanzar y que, finalmente, le hizo morir.

La crisis actúa como los brillos de un crisol donde se consumen las gangas y emerge el mineral puro

El espectáculo pornográfico, con la belleza del sexo o de la muerte, ha sido el núcleo de mil espectáculos con éxito histórico dentro o fuera del teatro o el circo, dentro o fuera del circo romano o de los primeros strip-tease en Chicago y París. No se tenían por arte, aunque lo hubiera, se trataba en primer lugar de espectáculos.

Ahora, en cambio, en tiempos de gran alboroto, especulación, robo y corrupción se unen, aburren ya más que asombran y confunden sus estragadas ocurrencias con las producciones de arte.

Frente a esta mascarada y a través de una suerte de manifiesto, Rafael Canogar escribió para sí el verano pasado: "Creo que ha tocado el momento de rescatar el espacio de la pintura, recuperar su dimensión poética y metafórica, su capacidad de ilusionarnos, de enamorarnos, de vibrar de nuevo con ese espacio virtual de la pintura, de la buena pintura. Volver unos años atrás -de verdad nunca se vuelve completamente atrás- para retomar el hilo del discurso de la pintura pura, nada más que la pintura y su capacidad de comunicación, ¡nada más! ¡Y nada menos!".

¿Pintar sin pintura? La crisis actual es tan global, poderosa y aparentemente interminable que invita a entregarse voluptuosamente en sus brazos hermosos, torturadores, pestilentes y eternos. Pero también, mientras queda materia prima, la crisis actúa como los brillos de un crisol donde se consumen las gangas y emerge el mineral puro.

A la pintura que menciona Canogar podría sumarse un nuevo cine, una nueva literatura y, desde luego, un perfeccionado mundo en red en Internet. Canogar mismo, en el último Arco, ha mostrado alguna pieza de la soberbia exposición que presentó en la galería Álvaro Alcázar en septiembre de 2009. La pintura, en dos dimensiones, hermosa y sabrosa, se arrastra, se frota o se aplasta sobre la piel del cuadro como una orgasmática reivindicación de su libertad y de su cuerpo.

"Cada cambio es una catástrofe y cada catástrofe, una resurrección", decía una frase de Octavio Paz. De esa resurrección artística, sexual, política, mediática, económica, estamos ávidos todos. No para regresar a tiempos pasados. Nunca lo mejor se halla atrás. Sino para extraer de lo aprendido, como de los destrozos de la actual tercera guerra mundial, un nuevo amor por lo bueno o lo mejor del mundo: los seres humanos primero y el arte, inmediatamente, en el segundo lugar.

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