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Pinter desnuda los crímenes de EE UU y la mentira de Irak en su discurso de aceptación del Nobel

El dramaturgo británico arremete contra la política exterior de Washington y contra el Gobierno británico

En su discurso de aceptación del Nobel de Literatura, el dramaturgo británico Harold Pinter ha desnudado los crímenes de la política exterior estadounidense desde la II Guerra Mundial hasta la invasión de Irak, en un duro alegato en favor de la verdad y la dignidad humana en el que incluso ha sugerido que se siente al primer ministro de su país ante el Tribunal Penal Internacional.

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La Academia Sueca, que el pasado mes de octubre otorgó el premio al dramaturgo, ha hecho público hoy en su página de Internet el discurso que éste les ha enviado grabado en vídeo para que sea proyectado durante la entrega de los premios en Estocolmo, toda vez que no podrá asistir a ella por motivos de salud.

Pinter plantea en su discurso las diferencias entre la literatura, donde "no hay grandes diferencias entre lo que verdad y lo que es mentira" y de hecho ambas pueden coexistir, y la realidad, en la que el ciudadano (incluido el artista) debe plantearse qué es verdad y qué es mentira.

En la arena pública, "a la mayoría de los políticos, por lo que se ha podido ver, no les interesa la verdad sino el poder y cómo mantenerlo". "Para ello tienen que mantener a la gente en la ignorancia de la verdad, incluso en la verdad de sus propias vidas", ha añadido Pinter. Ejemplo práctico: se aseguró que Irak tenía armas de destrucción masiva para justificar la guerra, y resulta que no las tenía. Y en concreto se dijo que podía dispararlas en 45 minutos, y no era cierto. Como tampoco lo era que el ex presidente Sadam Husein mantuviera lazos con la red terrorista Al Qaeda y fuera en parte responsable de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos.

"No era verdad. La verdad es algo totalmente diferente. La verdad tiene que ver con el papel que Estados Unidos se atribuye en el mundo y cómo lo representa", ha explicado el dramaturgo. Pinter ha trazado un retrato de la política exterior norteamericana desde el final de la II Guerra Mundial, poniendo el énfasis en lo que denomina "crímenes de EE UU", por lo que la historia ha pasado de puntillas: Nicaragua, El Salvador, Chile y el resto de países en los que Washington apoyó a regímenes criminales.

Pinter ha expuesto cifras y atrocidades que han costado la vida a cientos de miles de personas y en las que el Gobierno estadounidense ha jugado un papel importante. "¿Tuvieron lugar? ¿Son responsabilidad de la política exterior de Estados Unidos? La respuesta es sí", ha dicho el dramaturgo. "Pero usted no lo sabrá. Nunca ocurrió. No importa. No es interesante. Los crímenes de EE UU han sido sistemáticos, constantes, atroces y despiadados, pero poca gente habla de ellos". ¿Por qué? Por la fría manipulación llevada a cabo de forma brillante y exitos por Washington, todo un ejercicio de hipnosis, según Pinter.

El dramaturgo denuncia las atrocidades del Gobierno estadounidense, pero también la inacción de sus ciudadanos, a los que se les permite seguir repantigando en sus sofás sin tener que ponerse a pensar sobre ello. Como consecuencia de todo ello, la primera víctima o quizá la última, es la conciencia, hasta el punto de que Pinter se pregunta si alguna vez alguien la tuvo. Y procede a señalar casos actuales como la prisión de Guantánamo, que apenas ocupa espacio en los medios porque Estados Unidos lo ha planteado como una cuestión de "estás conmigo o contra mí". "Y Blair se calla", ha añadido.

Vira así la invectiva de Pinter, que sin olvidar a Washington pone el foco también sobre el primer ministro británico, Tony Blair, y su actitud durante la guerra de Irak, hasta el punto de sugerir que el político laborista podría ser sentado ante el Tribunal Penal Internacional por las atrocidades cometidas en Irak.

Termina Pinter citando al poeta chileno Pablo Neruda para asegurar que es "una obligación crucial" de los ciudadanos y de la sociedad delimitar esa verdad y asimilarla al discurso político, pues ésa es la única esperanza de recuperar lo que casi se ha perdido: la dignidad del hombre.

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