El Prado pinta un pasodoble
Barceló y el coreógrafo Josef Nadj danzan en el museo entre una orgía de arcilla
El rito del arte se hizo tierra y movimiento ayer en el Casón del Buen Retiro. El espacio del Museo del Prado donde se expuso el Guernica de Picasso a su regreso a España quedó inundado de la energía creativa del pintor Miquel Barceló y el coreógrafo Josef Nadj con su experimento Paso doble en forma de performance. Los dos convirtieron en un taller y un teatro la sala principal de este lugar recuperado. En él esculpieron y crearon una pieza que contenía la llamada más profunda del seno de la Tierra con la estética y la tensión del más auténtico Barceló en vivo y en directo.
"No te deja impasible estar donde descansó el 'Guernica"
"En esta 'performance' quedan fuera los ornamentos"
Fue ante un público atento, entre los que se encontraban la esposa del presidente del Gobierno, Sonsoles Espinosa, el ministro de Cultura, César Antonio Molina, cineastas como los hermanos Almodóvar, Pedro y Agustín, o artistas como Eduardo Arroyo, que acompañaron al director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, en este experimento de lo que quiere ser el Prado del siglo XXI.
La pared clara y húmeda de arcilla blanca y el liso suelo de barro quedaron trastocados en la pureza de sus texturas por la acción de los artistas. Aparecieron vestidos de negro, entre el sonido chapoteante de sus pasos hundidos en el barro. Poco les duró el sentimiento imponente que a Barceló le asaltaba por la mañana cuando se refería al lugar donde había estado colgado el Guernica: "Ésta es la pared donde descansó el cuadro de Picasso y eso no le deja a uno impasible", aseguró.
Pronto hicieron suyo el santuario donde también les arropaba el fresco de Luca Giordano. En esa especie de "sándwich entre los dos", desarrollaron su trabajo Barceló y su cómplice Nadj. Primero esculpieron una ciudad parda a sus pies a golpe de picos y azadas. Luego la tomaron con la superficie blanquecina. Tallaron esqueletos, volcanes, lenguas calladas a base de golpes que sonaban como la violencia sorda de los guantes de boxeo.
Pero lo construido en un primer impulso, quedaba arrasado al poco tiempo. "Se trata de construir y destruir", asegura Barceló. "Es como en las corridas de toros, un aviso, dos avisos, y un pasodoble emborrachándolo todo".
En la obra se iba configurando todo ese mundo primitivo del pintor mallorquín. En un impulso, desconfiguraba los márgenes, después escalaba sobre la superficie blandengue de la arcilla que había dejado enterrados unos corazones palpitantes que habían llenado de inquietud la sala muy al principio. "Es como una cosa perversa que la misma energía que empleas para construir algo, luego la utilizas para destruirlo. Lo he comprobado muchas veces", confiesa Barceló. Correr hacia el precipicio y volver atrás. Moldear e inmediatamente demoler: el sino paradójico de los grandes artistas.
Hubo momentos en los que el humor liberaba la tensión. Cuando aparecieron los dos con tinajas de barro sin cocer y se las plantaron en la cabeza. La sugerente perfección redonda de los objetos se transformó a ciegas en difusos minotauros, en simpáticos gorrinos, en cascos de guerrero. Era el guiño más teatral: "En esta performance salen fuera los ornamentos, así como cualquier elemento que no sea el gesto", explica Barceló.
De su obra no quedará rastro. Esa orgía de barro y arcilla fue destruida para hacer valer el auténtico y único momento de su propia creación. Para que quedará en la memoria de quienes lo vieron.


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