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Columna
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Profesional de la cultura

José María Ridao

El nombramiento de Milagros del Corral al frente de la Biblioteca Nacional supone un importante cambio en el perfil de los directores de este organismo, hasta ahora encomendado a personalidades de la cultura y, más en concreto, a escritores de renombre, aunque no siempre con conocimientos y experiencia de gestión. Milagros del Corral, por su parte, ha dedicado al libro y al mundo del libro la mayor parte de su labor profesional, al que llegó como funcionaria del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos del Estado. Tras unos primeros años en la Universidad Complutense de Madrid, de cuya biblioteca fue directora adjunta, y en el Ministerio de Cultura, formando parte de la Dirección General del Libro, pasó al ámbito de la edición, siendo secretaria general de la Asociación de Editores de Madrid y, más tarde, de la Federación de Gremios de Editores de España.

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Pero fue, sobre todo, a partir de 1990, con su incorporación a la Unesco como subdirectora general adjunta, donde su trabajo adquirió dimensión internacional y donde sus escritos e intervenciones, en particular sobre los problemas relacionados con los derechos de autor, fueron apreciados como aportaciones sustantivas en una materia cuya complejidad se ha visto multiplicada por la irrupción de Internet. En la Unesco, Milagros del Corral dirigió la División de Arte e Iniciativas Culturales y, tras la salida de Federico Mayor Zaragoza, ocupó el cargo de mayor rango entre los funcionarios españoles en la organización. Se jubiló en 2005, aunque desde entonces ha seguido vinculada, como consultora, al mundo del libro y de la gestión cultural.

La importancia de la labor de Milagros del Corral en el seno de la Unesco tiene que ser valorada atendiendo a las extraordinarias dificultades que atravesó la organización, tanto políticas como financieras. La salida de Estados Unidos y el Reino Unido durante varios años limitó, en gran medida, la capacidad de influencia internacional de un organismo de Naciones Unidas que, durante décadas, contó con el apoyo y la participación de los más destacados intelectuales y artistas de todo el mundo. Baste señalar que obras clásicas de la antropología como Raza y cultura, de Claude Lévi-Strauss, tuvieron su origen en un ciclo de conferencias organizadas por la Unesco; o que escritores como Jorge Semprún o Julio Cortázar formaron parte del equipo de traductores de la organización.

Por lo que se refiere a las dificultades financieras, la Unesco vio seriamente comprometido su presupuesto por la retirada del principal contribuyente, junto a otro de los más importantes. El retorno de ambos en 2003, como gesto hacia el sistema multilateral coincidiendo con la guerra de Irak, tampoco supuso ninguna mejoría, en la medida en que la política norteamericana, y también la británica, han defendido, año tras año, un crecimiento nominal cero de sus recursos. Muchos de los programas que desarrollaba la Unesco se han visto afectados y, pese a ello, Milagros del Corral logró ampliar el campo de actuación de su departamento.

Su nombramiento al frente de la Biblioteca Nacional constituye, sin duda, una buena noticia. Pero no sólo para la institución, sino también para los numerosos funcionarios internacionales españoles que han desarrollado su labor fuera de nuestras fronteras. Se trata de un ingente capital humano que no puede desaprovecharse, y menos en unas circunstancias políticas como las que atraviesa España, en las que el sectarismo y los nombramientos de partido, cuando no los simplemente vistosos, suelen primar sobre la capacidad y la experiencia. Al igual que sucede con los museos y otras instituciones culturales de primer orden, la Biblioteca Nacional no debería estar a merced de los caprichos políticos. Y Milagros del Corral podría representar un primer paso en esa dirección.

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