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Protestas en Francia por 'internacionalizar' el Louvre

El Museo del Louvre ha iniciado una política de colaboración estable con otros museos extranjeros. Ya no se trata tan sólo de intercambios o de coproducir exposiciones, sino de prestar, a largo plazo -tres años, por ejemplo- obras del museo francés o de participar en la creación de museos en otros países y proponerles exposiciones concebidas íntegramente desde Francia.

Esa política, que no es nueva pero supone un paso más en la aceptación de la mundialización del sector o campo artístico, ha despertado protestas entre grandes figuras de la museografía francesa. Al frente de la protesta está Françoise Cachin, antigua responsable del Museo d'Orsay y de la llamada Réunion des Musées Nationaux -organismo que agrupa en Francia los museos con categoría de nacional-, el antiguo conservador del Museo Picasso Jean Clair -ensayista brillante y organizador de exposiciones conceptuales de gran categoría- y Roland Recht, profesor en el Collège de France y ex director de los museos de Estrasburgo. Para los tres -y se supone que para otros 800 profesionales de los museos-, "los museos franceses están en venta", y piden a los responsables políticos que dejen de "tomar a los museos franceses y al Louvre en particular por un depósito de obras para utilizar por motivos políticos, diplomáticos o financieros".

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La apertura de un Louvre-Atlanta -"la rica ciudad de la Coca-Cola", escriben los críticos- precede a otra operación en Abu Dhabi en la que la experiencia -y los fondos- del Louvre aparece implicada para poner en pie un "museo universal". Otras grandes instituciones francesas podrían seguir también la senda iniciada hace ya años por el Museo Guggenheim de Nueva York que ha abierto sucursales en varias ciudades del mundo. También en este sentido, el museo nacional de arte moderno Georges Pompidou ha firmado un acuerdo para abrir un Beaubourg en Shanghai, y el Museo Rodin ha vendido su nombre y su peritaje a San Salvador de Bahía, en Brasil.

Al margen de las querellas personales, al margen también de un temor europeo a ser desposeídos de la propia historia en detrimento de una "historia universal" del arte de dudosa credibilidad, la protesta pone en evidencia dos cosas: la mercantilización acelerada del universo de los museos y la tendencia a la uniformización que pesa sobre el mundo del arte. Si la creación contemporánea ya ha entrado de lleno en esa dinámica y los mismos creadores fatigan con sus instalaciones los museos de medio mundo, los grandes museos históricos se ven cada vez más presionados para dejar que sus obras circulen. Con ello consiguen dinero y prestigio pero pierden en originalidad. Si La Gioconda o Las meninas viajan a Tokio, Nueva York, Shanghai o Abu Dhabi, entonces, ¿por qué desplazarse hasta París o Madrid? Ésa es en realidad la pregunta sin respuesta -y sin alternativa- que lanzan los críticos.

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