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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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'Punky reggae party'

Diego A. Manrique

La semana pasada pude conocer a la profesora adjunta de punk y reggae de la Universidad de Nueva York. No, yo tampoco sabía que existiera semejante cátedra, pero las autoridades académicas acertaron al elegir para el puesto a la británica Vivien Goldman. Ella participaba en un seminario -Estéticas del punk- que se desarrolló en el MUSAC leonés, donde Goldman demostró ser un filón de vivencias y reflexiones.

En los setenta ejercía de periodista en los semanarios musicales que se editaban entonces en Londres: New Musical Express, Melody Maker y Sounds, que, al ser el tercero en discordia, se permitía más audacias en su cobertura, funcionando casi como un fanzine; Goldman se ganó el respeto general al colarse en una actuación de Skrewdriver, el grupo nazi. Antes trabajó en el departamento de prensa de Island, lugar privilegiado para conocer a los grupos y cantantes de reggae que transitaban por la trocha abierta por los Wailers.

La sexualización del pop femenino parece no tener límites, según la escritora Vivien Goldman

También desarrolló una profunda amistad con Bob Marley, que incluso la acogió en su casa de Kingston, donde vivió los tensos días previos al intento de asesinato. Quizás había cierta identificación grupal: como rasta, Marley sentía curiosidad por "el pueblo elegido" y sabía que ella era hija de judíos escapados de la Alemania de Hitler. En todo caso, Bob prestaba atención a Goldman. Allá por 1977, hallándose Marley refugiado en Londres, se topó con un punk en Portobello Road: el chaval llevaba pantalones bondage y pelos de colores. Le pareció grotesco y estaba describiéndoselo al productor Lee Perry, como muestra de la decadencia de Babilonia. Goldman les riñó: no habían entendido nada, los punks eran tan rebeldes como los rastas. Aun más, ambas subculturas necesitaban hacer causa común.

Debió ser muy convincente: a lo largo de varias sesiones, en diferentes países, Marley y Perry se esforzaron en dar forma a un tema titulado Punky reggae party, que se editaría finalmente en febrero de 1978. No figura entre lo más memorable de ambos artistas, pero sí posee extraordinario valor simbólico. Se trata de la invitación a una hipotética fiesta: "Los Wailers estarán allí / las Slits, los Feelgood y los Clash / rechazados por la sociedad / maltratados con impunidad / protegidos por su dignidad".

A raíz de aquello, Vivien apostó por lo que bautizó como jah punk, una alianza de las dos marginalidades. Ella misma grabó un single en esa onda, con Adrian Sherwood y PiL. No llegó a convencer del todo a John Lidon: le llevó a visitar Jamaica, donde tuvieron un antipático encuentro con la policía en una carretera remota. Los uniformados celebraron conocer al provocador cantante de God save the Queen, pero no les eximieron de la "tasa del blanco", una mordida para los turistas despistados.

Hoy, Goldman mantiene una actitud entusiasta sobre aquellos años, aunque no acepta simplificaciones. Si bien la era del punk facilitó la emergencia de la mujer como creadora, todavía duele la oposición de muchos hombres poderosos. Según ella, David Byrne hizo lo posible por eliminar a Tina Weymouth del puesto de bajista en Talking Heads. Richard Williams, entonces responsable de Melody Maker, supuestamente rechazó un reportaje sobre las Slits, alegando que "estaban gordas", un extraño argumento, sólo entendible si se asume como dogma que el punk exigía aspecto famélico y estética andrógina.

Vivien celebra el creciente porcentaje de triunfadoras, pero lamenta que las hijas de Madonna definan su look y su éxito mediante parámetros masculinos. Ahora resultaría rarísimo que un grupo femenino se rebelara, como hicieron las Runaways, contra los designios de su Dr. Frankenstein, el productor Kim Fowley. La sexualización del pop parece no tener límites: hasta cantantes que lanza Disney, tipo Miley Cyrus, adoptan poses de stripper; difícil encontrar versiones contemporáneas de Poly Styrene, la vocalista mulata de X-Ray Spex, artista de multinacional que hacía bandera de su negativa a venderse como objeto sexual.

Esas decepciones empequeñecen ante la tragedia de Jamaica. Vivien Goldman fue agredida y robada cuando acudía al funeral de Marley. Nada de revanchas poscoloniales -iba en compañía de músicos locales- sino odio ciego. Y sigue viajando al país del reggae, aunque se le hunde el alma al enterarse que hay diez asesinatos cada fin de semana en Kingston o que las tres cuartas partes de los jamaicanos son analfabetos funcionales. Sí, en comparación hasta la vecina dictadura castrista parece un modelo aprovechable.

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