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LA LIDIA / SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

El milagro español: la corrida de toros sin toros

Plaza de San Sebastián de los Reyes. 1 de septiembre. Quinta corrida de feria.Toros de Manuel Camacho, impresentables.

Niño de la Capea, ovación con salida al tercio y oreja. Julio Robles, oreja y oreja. Paco Ojeda, dos orejas y vuelta al ruedo.

Después de mucho cavilar, los taurinos han conseguido la maravilla del siglo: dar corridas de toros sin toros y, además, forrarse. Es el auténtico milagro español.Tienen gran mérito, porque les resultaba más sencillo dar corridas de toros con toros. Precisamente los toros abundan en el país. Cualquiera que salga al campo a comer la tortilla de patatas sabe que si no madruga ya no tendrá sitio, pues los toros lo copan todo, y además lo ponen perdido.

JOAQUÍN VIDAL, Madrid

ENVIADO ESPECIAL

Puede que a los no iniciados les extrañe que donde proliferan toros se den corridas de toros sin toros, lo mismo que le extrañaría que donde abundan olivares se guisara con extracto de zapatilla. Pero ahí está la realidad del invento, ampliamente extendido, gozosamente amparado por los poderes públicos, generador de riqueza. Sin ir más lejos, simplemente con ponerlo en funcionamiento, la empresa de San Sebastián de los Reyes recaudó una fortuna, mientras los toreros disfrutaban practicando lindas suertes sin exponer un centímetro de piel, y además les pagaron por ello.

Faltaban cuernos

A lo que salió por chiqueros le llamaban toro, pero sólo era para entendernos. Si hubieran salido ovejas, cerdos, perros, gatos o cualquier otro animal doméstico habría dado lo mismo. Lo que correteó por el ruedo no era toro pues, para empezar, le faltaban cuernos, que es su principal atributo. Sin embargo como iba y venía con absoluta docilidad, motivaba a los diestros y le daban pases.

Paco Ojeda los dió de asombro. Vulgarcito en las manidas suertes del natural y el derechazo, pero en acabada armonía y quietud cuando las ligaba con el de pecho, o ligaba los de pecho entre sí, o estos a su vez, con el natural o el derechazo de nuevo, sin solución de continuidad, en una barroca concatenación de ceñidos muletazos a la que ponía término cuando le parecía oportuno. Ocurrió en su primer toro, de guapa cara (o perro, o cerdo, o gato, o lo que fuera aquello) y la gente saltaba literalmente de sus asientos, alborotada hasta el frenesí, palmoteaba feliz.

Cierto que algunos aficionados -antiguallas de escasa representación, conviene matizar- oponían reparos precisamente al toro, que exigían verdadero, de campo; con lo cual demostraban que no habían entendido nada, que no están con los tiempos, que desmerecen el milagro español, en flagrante manifestación de antipatrotismo. Cuando apareció el sexto, al verlo cacatúa, les dio una alferecía. No podían comprender, menos aceptar, que esa ruina fuera, precisamente, la más genuína representación de la corrida de toros sin toros, ni que con ella estuviera escrito que Ojeda consagraría su flamante condición de fenómeno deltoreo.

Sucedió, sin embargo, que la cacatúa tenía corto vuelo, no admitía pases de pecho en ligazón, dejaba al descubierto las carencias técnicas del torero cuando se le planteaba el reto de torear, y sólo to rear. Muy desmerecida quedó s fama. Y aún más por el contraste con sus compañeros de cartel Poco antes, el toreo lo había inter pretado, fragante y estético, Julio Robles; exquisitamente dibujado en la suerte natural, solemne y hondo en los pases de pechio y también Niño de la Capea, que acentuaba el dominio y el temple dentro de sus habituales altibajos y crispaciones. Ambos contribuyeron, con Ojeda, a consolidar el milagro español.

¿Seis chuchos hubo? Seis picotazos de varilarguero también. Los primeros tercios no existieron. Lidia, tampoco. Las cuadrillas estaban de comparsas y trajeados de luces como estaban, habrían dado mejor juego en la zarzuela. Ya podemos empezar a comemos todos los toros que hay en las dehesas, en rico estofado, pues no sirven para nada. Las corridas de toros con toros están obsoletas.

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