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FERIA DE OTOÑO: ULTIMA CORRIDA

Raúl Sánchez torero

Felipe de Santiago, apodado El Lupas, de nuevo el domingo dijo desde su localidad del siete, a pleno pulmón, las dos frases más acertadas que se escucharon en la corrida. Una de ellas fue para Raúl Sánchez: «¡Olé los toreros honrados!» Estamos de acuerdo. Pero yo aún habría ido más lejos, suprimiendo el adjetivo: ¡olé los toreros!, o ¡Raúl Sánchez, torero! Con todas las consecuencias.En un mundo, como el taurino, que tanto se presta a la injusticia, pocas han sido tan gratuitas e indignantes como las que ha tenido que padecer Raúl Sánchez. He aquí a un torero que todos los años aparece unas cuantas tardes en Las Ventas, frente a corridas de esas que nadie quiere por su catadura y trapío, y les planta cara, se arrima como un león, domina, incluso triunfa. Y, sin embargo, sistemáticamente, se le descalifica, se le cita como paradigma de la tosquedad. Como si los demás toreros, e incluidos aquí a la inmensa mayoría de las figuras, fueran un dechado de exquisitez. Tenemos un año y otro, monopolizando ferias y carteles de lujo, a ese experto del zapatillazo, artífice de los más violentos vendavales que puedan producirse con una muleta en la mano; a ese otro acunador de multitudes con su faenita superficial y mala, siempre la misma, sigiloso y relamido, verdadero monumento a la mediocridad; al fino ejecutor de unipases (lo de fino es un eufemismo más), que agota la paciencia de cualquiera hasta que encuentra el toro que le conviene y aun cuando lo encuentra, lo probable es que dé una da cal y otra de arena. Y de este tenor unos cuantos más, que acumulan actuaciones aburriendo al lucero del alba, bajo el amparo de los grandes exclusivistas. Pero ya está bien de favoritismos. Fuera mitos e intereses creados y digamos de una vez que, por sí solos, no serían nadie, y menos aún si los confrontáramos con un torero cabal, del corte de este Raúl talaverano, que se mide con lo que esos protegidos no han visto jamás ni en fotografía.

Plaza de Las Ventas

Séptima y última corrida de feria. Cinco toros de Luciano Cobaleda, bonitos e impresionantes de cabeza, con casta y juego diverso, y el sexto de García Romero, precioso de lámina, con astas descomunales, bravo. Julián García: Estocada atravesada (bronca). Pinchazo y media baja (silencio). Raúl Sánchez: Media trasera y cuatro descabellos barrenando (aplausos y también protestas cuando saluda). Media al encuentro (aplausos y saludos). Manuel Rodríguez: Estocada contraria y descabello (vuelta protestada). Pinchazo bajísimo a toro arrancado tirando la muleta, espadazo al aire, golletazo tirando la muleta, pinchazo del que sale perseguido, media perpendicular pescuecera, pinchazo, media pescuecera atravesada, aviso, rueda de peones y cuatro descabellos (algunos pitos).

El argumento que suelen emplear los responsables de la injusticia es así de sibilino: De acuerdo; Raúl Sánchez puede con los toracos, pero en cuanto le sacas uno de almíbar, al estilo de los que utilizan las figuras, no sabe qué hacer con él y fracasa. Lo cual es el colmo del cinismo, puesto que la proposición hay que hacerla exactamente al revés: son las figuras las que están obligadas a torear el toro con fortaleza, edad y en puntas, no Raúl Sánchez el torucho del fraude.

Porque, caramba, ¡vaya cobaledas, y menudo el garciarromero que salió en sexto lugar! Verdaderamente infundían pavor, con aquellas hechuras y aquellas cornamentas, y no nos extraña-nada que Jullán García y Manuel Rodríguez anduvieran por el ruedo asustaditos, sin hacerse al ánimo de que, aunque apabullantes de cara, podían embestir bien, como ocurrió con alguno. Precisamente a estos dos espadas les correspondieron los dos mejores toros de la corrida y se los dejaron ir lastimosamente. El tercero era boyante, sin problemas, y en cambio la faena de Rodríguez -un cúmulo de pases destemplados, sin orden ni gusto- resultó horrorosa. Lo mismo el cuarto, a cuya nobleza correspondió García, con baile más o menos disimulado y acumulación de pases por alto, que es el clásico recurso de quien renuncia a torear.

El que abrió plaza era un ejerriplar de exposición, precioso de trapío y pelaje, y aunque le pegaron fuerte en cuatro varas, llegó a la muleta entero y manejable. Jullán García no se atrevió a embarcarle.

El último, ovacionadísimo de salida, fue otro ejemplar de preciosa estampa, castaño aldinegro, aparatoso de cabeza, con una longitud de cuna casi disparatada. Resultó muy bravo, pues tomó tres varas interminables, fijo y tan entregado, que había que colearle para sacarlo de la suerte. Se descompuso al final, o más bien lo descompuso Manuel Rodríguez mediante un trasteo desordenado a la defensiva.

A Raúl Sánchez le tocó el lote más difícil. Como su primero le pegó una colada terrible por el pitón derecho, se echó la muleta a la izquierda y porfió para el natural en terrenos peligrosos, aguantando las embestidas inciertas y los acosones espeluznantes. Raúl daba la distancia adecuada, adelantaba la muleta, tenía que tirar, materialmente, del reservón animal, y cuando éste acudía, salía el pase templado, largo y con mando. Hubo, entre varios atragantones, un natural angustioso, pues el cobaleda se le quedaba en el centro de la suerte, estuvo a punto de cogerle, pero el talaverano aguantó, enceló, obligó y consiguió vaciar con absoluta limpieza. En aquel pase, un escalofrío recorrió los tendidos, y se coreó con los murmullos propios de los grandes acontecimientos.

Elquinto, un berrendo de cornamenta disparatada, vuelta y astifina, nada más empezar el muleteo ya le quería quitar la cartera a Raúl Sánchez; se le echó encima, y le hurgaba con los pitonazos pavorosos. El diestro salió del trance con el chaleco destrozado, pero no pareció afectarle el susto y siguió en la brecha, aguantando gañafones que tiraban a degüello. Media estocada entrando con agallas le bastó para quiterse de encima aquel regalo. Un torero donde los haya este Raúl.

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