Del lenguaje y sus perversiones
Descubrir a estas alturas que Eric Rohmer atesora un talento realmente singular para retratar, entre la ironía leve y una cierta piedad condescendiente, la sociedad de su tiempo es como descubrir nuevos burgueses gentileshombres. Si desde su primer filme, aquel ya lejano El signo de Leo (1959), el ex profesor de literatura y ex crítico Maurice Scherer, alias Rohmer, ha ido atesorando una filmografía de poderoso aliento, lo que hace en El árbol... bordea el prodigio.Porque difícilmente se encontrará en el cine de ahora ejemplo más acabado y perfecto de estilo sin estilo, de crítica radical pero sin que lo parezca, todo ello a partir del cuestionamiento de los límites expresivos de un instrumento, el cine, de cuyas normas más rutinarias Rohmer parece mofarse con la misma irónica levedad con que se mofa de los políticos socialistas y de los ecologistas superficiales.
El árbol, el alcalde y la mediateca
(L'arbre, le maire et la médiathéque).Dirección y guión: Eric Rohmer. Fotografía: Diane Baratier. Música: Sébastien Erms. Producción: Françoise Etchegaray. Francia, 1993.Intérpretes: Pascal Gregory, Arielle Dombasle, Fabrice Luchini. Estreno en Madrid: cine Alphaville (V. O.).
¿Qué es, pues, El árbol ... ? En primer lugar, un filme político, si por tal entendemos un producto que disecciona algunos de los temas habituales del quehacer político contemporáneo: las motivaciones últimas de la toma de decisiones y sus responsables, y el lenguaje en que éstos se manifiestan. Pero no es sólo eso. A Rohmer, viejo moralista a la usanza de los críticos dieciochescos que tanto admira, no le interesa no obstante catequizar, sentar categorías o lecturas unívocas. Su método es mucho más simple y radical: consiste en colocarnos ante la evidencia palmaria de lo estúpidos que resultan ciertos comportamientos mientras apunta, como de pasada, algunos grandes temas actuales: el destino del campo y sus gentes, la perversión atroz de la política entendida sólo como abrupto ejercicio de poder, el papel caprichoso de los medios de comunicación.
Rodado en 16 milímetros, prescindiendo casi por completo de los movimientos de cámara, dejando reposar todo el peso del filme en unos diálogos escritos con asombrosa sencillez y controlando al máximo el traba o de sus actores, Rohmer consigue el aparente milagro de contar al mismo tiempo una historia de ficción y un documental, una película coral que acaba como un musical y un reportaje periodístico. Y por si fuera poco, lo hace en clave de comedia.
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