_
_
_
_
_
El gran referente del cine español | Anatomía de sus inconfundibles personajes
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Retrato en carne viva

David Trueba

Un director de cine se muere con cada película. Vive tantas muertes que cuando le llega la biológica está tan entrenado que lo puede hacer sin ruido ni llanto. Berlanga se ha muerto en el final de cada una de sus películas. En cada secuencia de conclusión encontrarán una metáfora de la muerte, bien expresiva. Ningún final estará a la altura de los finales que él eligió para los suyos, sus personajes, siempre vencidos, sometidos, derrotados.

Allá deja reducido el mundo, de principio a fin, tal y como lo entiende o lo siente en un momento determinado. En esas reducciones del mundo, Berlanga supo hacer florecer una prolongación constante de su mirada, una encadenada a la otra. Si se repasa su filmografía se encuentra una fidelidad de tono, de forma y, por supuesto, de discurso, hasta completar un panorama de la última mitad del siglo XX que no han alcanzado ni los mejores historiadores ni los mejores novelistas de ese tiempo.

Más información
El cronista feroz apaga la cámara

Las películas de Berlanga siempre tenían el origen en alguna imagen contundente, que le obsesionaba, pero luego se desarrollaban con una escritura de alta precisión. Para empezar con un oído próximo a la realidad, sin otra pretensión que dar voz a la calle. Sus guiones con Azcona se escribían hablando entre ellos, en cafeterías públicas, con la mirada fija sobre los tipos reales. El gusto por los personajes anónimos, por los sucesos minúsculos, por las contradicciones de vivir. Nunca nadie excelente ni nadie perfecto, nunca un ser ejemplar ni un sujeto relevante, todos producto de la misma penuria, supervivientes esforzados.

Después Berlanga le dio un envoltorio cotidiano, con sus largos planos secuencia, con los actores que más le gustaban, aquellos capaces de luchar a gritos, de pegarse a codazos y que reproducían dentro del plano más o menos la lucha por la supervivencia de la vida real, que iban dejando a jirones un retrato español negro y reconocible. No le gustaba ni lo blando ni lo psicológico, sino más bien la exposición sin alambiques, el trago seco.

La soledad, el desencuentro familiar, la pelea institucional, la corrupción, la sumisión, eran para él los elementos distinguidos de una falla que ardía en el baile de los días. Esa galería de monstruos cotidianos somos nosotros. Para poner en escena tanta literatura eran imprescindibles actores como Saza, José Luis López Vázquez, Pepe Isbert, Manolo Alexandre, Agustín González, no busquen ustedes caras para un póster de adolescentes. Berlanga funda una tradición, enfrentada quizá a la cosmética contemporánea. Pero no se dejen engañar, detrás de los balances contables y las rutilantes juntas de accionistas, respira el alma de una escopeta nacional. Tras las cifras macroeconómicas persiste la familiaridad de Plácido, el denodado esfuerzo por pagar la letra, nuestro retrato en carne viva.

Luis García Berlanga se dirige a los extras de <i>Plácido.</i>
Luis García Berlanga se dirige a los extras de Plácido.ÁLBUM
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_