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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Rock en los días del terror

Diego A. Manrique

Radio nocturna. En su papel de locutor, el músico argentino charla con el cineasta Sergio Cabrera y se apasiona cuando el colombiano cuenta su etapa como guerrillero maoísta. Se apasiona tanto que proclama que hubiera podido seguir su ejemplo: "De haber sido mayor cuando la dictadura argentina, yo también habría tomado el fusil para matar militares".

No puedo evitar carcajearme. La imagen de unos rockeros enfrentados a los desatados milicos argentinos resulta demasiado grotesca. De acuerdo, es una frase que sólo tiene sentido en el contexto de una conversación amigable, emitida a las once de la noche. Pero me empuja a releer el espléndido texto de Sergio Pujol, Rock y dictadura (Emecé, Buenos Aires, 2005).

Los militares pidieron la ayuda del rock argentino durante el episodio de las Malvinas

Un libro que confirma que el rock argentino mantuvo su actividad durante el terrible reinado de Videla y demás vampiros. Sufría, eso sí, las listas negras y la censura. Sus oyentes estaban sometidos a hostigamiento constante: los conciertos eran seguidos indefectiblemente por redadas que llevaban a parte de los espectadores a las comisarías. Pujol recuerda una violenta irrupción de policías y militares en una casa donde se juntaron fans pelilargos de Genesis, para visionar imágenes amateur de un concierto del grupo británico. Ya encarcelados, los uniformados descubrieron que eran los hijos de notables familias porteñas y fueron liberados con disculpas.

Las miserias de todo tipo provocaron una diáspora de músicos de más o menos rock. En España recalaron Moris, Claudio Gabis, Miguel Abuelo, Roque Narvaja, el grupo Aquelarre, Rubí, Joe Borsani, Sergio Makaroff, Ariel Rot, Alejo Stivel, Miguel Cantilo. Más talentos afines, como el diseñador Juan O. Gatti o el disquero Jorge Álvarez. Este último era seguramente el único que tenía una diana en su espalda: erróneamente, los represores le consideraban un zurdo, por algunos libros que salieron en su editorial.

Los que se quedaron en Argentina vivieron tiempos extraordinarios. En 1982, con la invasión de las Malvinas, se desterró de las ondas la música en inglés, un hueco que fue llenado inmediatamente por el llamado rock nacional, hasta entonces marginalizado. La dictadura incluso incorporó a los músicos al esfuerzo bélico: se montó un festival para recabar ropas y alimentos con destino a los colimbas (reclutas) destacados en las islas. Atención: el arrogante régimen capaz de enfrentarse con el Reino Unido (y su socio de Washington) se reconocía incapaz de abrigar y alimentar a sus desdichados soldados.

Nadie contaba con la corrupción, la ineficacia del sistema: nada de lo recogido en el llamado Festival de la Solidaridad Latinoamericana -convocó a 60.000 especta-dores- llegó a las Malvinas. Los rencores entre sectores militares provocaban situaciones surrealistas: herida de muerte la dictadura, el coronel encargado de prohibir canciones ordenaba que se radiara "con preferencia" el tema Sólo le pido a Dios, donde León Gieco precisamente solicitaba que se enjuiciara a los responsables del horror. Finalmente, el rock argentino salió indemne de aquellos años de locura colectiva: computó exilios, arrestos, malos tratos, amenazas pero ningún Víctor Jara. Llámenlo cobardía o sensatez: los músicos evitaron ese suicidio generacional que fue la lucha armada.

Esquivaron el matadero. Sergio Pujol no recoge el momento en que, simbólicamente, se separaron los rockeros y los aspirantes a Che Guevara. Ocurrió durante una reunión del JAEN (Juventudes Argentinas por la Emancipación Nacional), una cantera de los futuros montoneros. La ortodoxia del movimiento rechazaba el uso de drogas como "una debilidad personal", consecuencia de "una maquinación capitalista para distraer a los pueblos de su lucha". Allí estaba Luis Alberto Spinetta, entonces gran figura carismática del rock argentino, al frente de Almendra. Spinetta, simpatizante por la vía del cristianismo social, rehuyó la discusión: simplemente, encendió un cigarrillo de marihuana. Los cuadros del JAEN no vieron la gracia a la provocación: "Un tipo que hoy fuma un porro, mañana te vende por un porro". Spinetta fue expulsado de la organización. Un castigo que probablemente le salvó la vida.

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