Un enfoque revelador

Todo sigue allí: esos perfectos Nexus 6, creados hace tan poco que son aún inexpertos en la expresión de los sentimientos. Está Roy, bella máquina de matar -y de preguntar-, hombre-no hombre que ha intuido la salvaje belleza del mundo, como escribiera Rafael Argullol. Está mujer-nomujer, igualmente bella y desconcertada, que descubre que sus recuerdos no son suyos. Está ese rudo policía que, bien mirado, lo único que hace es matar salvajemente a dos replicantes hembra. Sigue la lluvia, que cae eternamente, y la superpoblación de una ciudad de pesadilla. Los Angeles, 2019, y ese mundo angustioso en que se habla en japonés y cuyos habitantes comparten su espacio con animales prefabricados. Y siguen ahí las cosas más insignificantes: hasta el cartel que anuncia, en castellano, la actuación de Mazacote y Su Orquesta frente a los apartamentos Bradbury.Y, sin embargo, Blade Runner: the final cut no es el Blade Runner que conocíamos. La nueva versión, hay que subrayarlo desde ahora, es aún mejor que la primera. Es la confirmación, tantas veces expresada, de que los productores, aunque sean los dueños reales de un filme cualquiera, artísticamente casi nunca tienen razón. Y aunque el filme se venda ahora como un "montaje del director", buscando potenciar el elemento autoral, la etiqueta no importa demasiado: importa que al final la ficción se comporte satisfactoriamente respecto a las propias pautas que el relato había sentado. Cosa que no se podía decir del original.

Tres son las modificaciones operadas sobre un filme que, también hay que decirlo, dura virtualmente lo mismo que, la primera versión y no, como pretendía una leyenda interesada y ampliamente difundida, 40 minutos más. Una, la eliminación de la voz en off de Decker, igualmente una imposición de producción. Dos, la eliminación ya comentada de la secuencia de clausura. Tres, la inclusión de un breve plano, un sueño fugaz de Decker mientras teclea cansinamente el piano, en el que aparece un unicornio. El efecto que se logra con estos tres factores es sorprendente y da por resultado casi otra película.

Materia ficcional abierta

Por una parte, al eliminar la voz en off, el filme se libera del hilo conductor que lo acercaba a las pautas más manidas del cine negro: ahora, sin ese corsé, la lectura de su densa materia ficcional es más abierta. Por la otra, el edulcorado, soso final impuesto a la fuerza por la primera versión no sólo estaba de más, sino que. desvirtuaba de raíz el propio desarrollo del relato, la lógica mortal que le daba coherencia y sentido. Así, el único momento en que el espectador ve ahora un fragmento de cielo azul es cuando Roy suelta a la paloma y ésta vuela hacia las alturas, símbolo de libertad antes ahogado por el falso estallido de color del final postizo y supuestamente liberador.Y en tercer lugar, la presencia del unicornio, medieval emblema de la pureza, pero también de lo inasible, de lo no domesticable, aporta un elemento de predestinación que ayuda no sólo a explicar el último plano, aquel en el cual Decker y Rachel, en fuga hacia ninguna parte, descubren una de esas figuritas que el runner Gaff va dejando en los lugares en que ha estado y que, justamente, es un unicornio. También ayuda a reforzar la idea de la inaprensibilidad de la existencia, que se combina con la voz de Gaff, que fuera del encuadre recuerda que ella no vivirá. Todo esto ayuda a borrar, por fortuna, ciertos restos rutinarios de la película que afeaban -ya fue dicho hasta la saciedad en ocasión del estreno- un filme verdaderamente importante, uno de esos productos que de cuando en cuando nacen para iluminar un momento histórico. Una de esas raras películas marcadas por el genio.