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Springsteen conmueve al público de Madrid

El cantante actuó en solitario ante un reducido auditorio en el final de su gira europea

Diego A. Manrique

Bruce Springsteen cerró la parte europea de su gira Solo acoustic tour con un triunfal concierto en el Palacio de Congresos madrileño, ante un público respetuoso, pero que estallaba cuando terminaba cada una de las dos docenas de canciones que interpretó con su guitarra y su armónica. Minutos después de terminar su concierto madrileño, Bruce Springsteen volvía al aeropuerto de Barajas y emprendía el vuelo de vuelta a casa.

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El dios de los perdedores

Unos minutos antes del comienzo del único recital de Bruce Springsteen en Madrid, la policía había localizado a la pareja que acababa de llegar con un par de entradas denunciadas como robadas. De nada sirvió que los detenidos explicaran que las compraron en la reventa, dando todo tipo de detalles sobre el vendedor: se los llevaron entre tres policías. Desconsolada, la chica lanzó una queja desgarradora: "¡Y encima, nos perdemos a Bruce!"Deberíamos explicarla si realmente se perdió algo grande. Desde hace unos años, cuando empezaron a pintar bastos para la música en directo, hemos podido ver en España a abundantes figuras del rock en solitario, antiguas leyendas ahora desprovistas de acompañamiento y / o electricidad. Pura cuestión económica: un tipo con una guitarra cabe en cualquier programación.

Desde luego, esas giras de bajo perfil suelen pasar desapercibidas para los grandes medios: "¿A quién le interesa un rockero travestido de cantautor?" Naturalmente, si se trata de Bruce Springsteen, las objeciones ni se plantean. Puede que el autor de The river lleve años en descenso comercial -y él asegura agradecer esta disminución de la presión-, pero sigue funcionando como uno de los puntos de referencia ética para el rock y sus andanzas tienen resonancia más allá de lo estrictamente musical.

Audacia

Así que aceleremos con los halagos: Bruce demuestra una audacia lindante con la arrogancia al presentarse en solitario con un material en buena parte áspero e ingrato. Puede que sea sencillamente un intento de recrear una de sus primeras encarnaciones públicas, la de aprendiz de foIksinger, que viajaba desde su New Jersey hasta los antros del bajo Manhattan, buscando una oportunidad mientras pisaba las casi desvanecidas huellas de Bob Dylan.Y empecemos con las dudas. En los años sesenta, Bruce Springsteen no hubiera sido fichado por Elektra, Vanguard o demás discográficas exquisitas especializadas en el nuevo folk, al menos, si su repertorio se hubiera basado en su reciente The ghost of Tom Joad. Urge comunicar que muchos de sus textos apenas tienen música defendible: se apoyan en estructuras genéricas de la música tradicional, es decir, de paternidad ilocalizable aunque se puedan rastrear pistas genéticas de Dylan y otros predecesores. Springsteen puede alegar la necesidad de narrar historias por encima de todo, pero aquí tampoco se ha esforzado demasiado. Aparte de la referencia obvia a Las uvas de la ira, más en la versión de John Ford que en el texto de John Steinbeck, hay canciones que parecen ejercicios de estilo sobre los guiones de películas como Lafrontera, de Tony Richardson, o Álamo Bay, de Louis Malle.

Springsteen seguramente ha confundido aridez con sinceridad en su última entrega pero, en gira, a 5.000 pesetas la entrada, sabe de qué lado debe caer la tostada. Las canciones de ese disco van desfilando entre piezas más reconocibles (y con mayor densidad creativa). Así, Born in the USA resiste un tratamiento despiadado, convertida en algo así como heavy metal folk.

No se debe olvidar que Bruce Springsteen podría ganarse la vida como showman. Tiene enormes tablas a la hora de desgranar las atractivas explicaciones que preceden a casi todas las canciones. Tablas y un excelente sentido del ritmo y de cómo remachar una anécdota. También sabe que sienta bien aliviar esos panoramas grises de su disco más reciente con algunos disparates. Por ejemplo, una canción inédita, posiblemente titulada Peregrino en el templo del amor, que es su humorística crónica de una visita navideña a un local de striptease. Para compensar y evitar, como él explicó, que su esposa se enfade, continuó con Red headed woman, lúbrico himno a los poderes amatorios de las pelirrojas y su "zarza ardiente".

Bruce, naturalmente, conserva su autoridad; si no autoridad moral, sí como intérprete contundente. No importa que sus camisetas de manga larga cuesten 7.000 pesetas y sus gorras se vendan por 3.000. Una opción de compra que la parejita de las entradas sospechosas no pudo ejercer. Lo siento por ellos: hubo momentos de radiante humanidad y arte tan tosco como impactante.

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