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Reportaje:

Sentado ante su propio centenario

José Antonio Muñoz Rojas, que este año cumple un siglo, publica su poesía completa

Javier Rodríguez Marcos

José Antonio Muñoz Rojas se hace el dormido. Con los faldones de la mesa camilla sobre las piernas, tiene los ojos cerrados cuando entran en la habitación su hija Gracia y su editor, Manuel Borrás, de Pre-Textos, que acaba de publicar la Obra completa en verso del poeta antequerano, que el 9 de octubre cumplirá 100 años. Muñoz Rojas tiene los ojos cerrados, pero le delata media sonrisa de pícaro. Borrás le trae un volumen con las poesías de José Bergamín recién salido de la imprenta y a Muñoz Rojas se le disparan los recuerdos: "Pepe era un fresco. No, tal vez la palabra sea perverso, pero fresco no, porque todo lo que hacía lo hacía en serio. Ahora, de esa generación nadie me ha divertido tanto como él".

Esa generación es la del 27. Muñoz Rojas trató a todos sus miembros a partir de la aparición, en 1929, de Versos de retorno, el libro con el que se dio a conocer. Primero, Prados y Altolaguirre en Málaga. Más tarde, en Madrid, los que serían sus grandes amigos en ese grupo: Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, que los jueves, al salir de la Academia, acostumbraban a hacer tertulia en casa de Muñoz Rojas.

Desde que hace tres años una pulmonía lo dejó maltrecho, el escritor no sale de la Casería del Conde, una casa de campo anclada en un océano de olivos de la vega de Antequera. Para llegar allí desde Málaga hay que pasar por Villanueva de Cauche, un pueblo clave para Muñoz Rojas. Huérfano de madre desde los 16 meses, el poeta pasaba allí largas temporadas, con sus tíos: "Íbamos desde Antequera en coche de mulas. Ahora el mundo es pequeñísimo, pero antes... Allí fui feliz. Era una casa loca". Construida sobre un castillo, en una de las torres había una bañera con peces, un balancín de parque en una sala y colecciones de cualquier cosa, envoltorios de caramelos incluidos. Cuando murió su tío, sus primas lo tuvieron un tiempo embalsamado. Lo lavaban y decían: "Qué bien está papá".

El otro lugar mítico en la vida del autor de Cantos a Rosa es justo en el que se ha refugiado ahora. "Aquí el tiempo no me pesa", dice. En la Casería escribió su libro más famoso, Las cosas del campo, "un diario de sucesos campesinos" que para muchos es uno de los grandes libros de prosa poética del siglo XX. Muñoz Rojas lo redactó aquí entre 1946 y 1947. Cuatro años más tarde lo publicó en una edición, ampliada más tarde, de 200 ejemplares "mayormente para regalo". Luego, como casi todo lo que iba escribiendo, lo fue dejando estar.

El primer renacimiento del escritor llegó cuando, en 1976, Destino reeditó Las cosas del campo en una colección popular. El segundo, cuando Pre-Textos empezó a recuperar, en 1992, toda su obra y a publicar la que guardaba en los cajones. De allí salieron La gran musaraña, sus memorias de infancia y juventud, y Dejado ir, un diario de viaje que, de Antequera a Tokio y de Río a Venecia, refleja bien el carácter de este "cosmopolita de pueblo", como se define a sí mismo. Y junto a la prosa, la poesía de títulos como Objetos perdidos, premio Nacional de Literatura en 1998, y La voz que me llama, su último libro, publicado en 2004, dos años después de recibir el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más prestigioso del género. En 2007, el cantaor Miguel Poveda estrenó un espectáculo con sus versos.

Aun así, con una mezcla de convencimiento y coquetería, él insiste: "Mis cosas valen poco". Lo dice cuando su editor le anuncia que quiere preparar el segundo tomo de sus Obras completas. "Qué disparate", dice el escritor mientras ordena los periódicos que tiene en la camilla. Son ya casi la única lectura de un hombre al que le falla el oído pero que conserva el humor y buena parte de la memoria. Así, recita sin tropiezo el romance de la toma de Zahara. Cuando termina, repite los últimos versos, satisfecho por no haberlo olvidado y, sobre todo, porque es el favorito de su hija.

Después de comer, dormita al sol en el "rincón glorioso" del patio. En una de las habitaciones que lo rodean, Muñoz Rojas conserva la biblioteca que, en los años cincuenta, compró al peso a las carmelitas de Archidona, que estaban deshojando los libros para envolver dulces porque, le dijeron, "ya está todo en la Espasa". Sobre la mesa, como muestra de lo que atesora la sala, una edición de 1640 de los sermones de John Donne, al que Muñoz Rojas tradujo en sus años de lector en Cambridge. El escritor recuerda con nostalgia Inglaterra. Allí coincidió con Wittgenstein y trató a T. S. Eliot, "inteligente y finísimo, serio pero muy accesible".

La historia de la literatura ha colocado a Muñoz Rojas en la generación de 1936, la de Dionisio Ridruejo, Luis Rosales y Leopoldo Panero. Sobre él, además, gravitó durante años el tópico de "poeta banquero" porque se ocupó, en el Banco Urquijo, de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, que en la posguerra sirvió de refugio a intelectuales con dificultades económicas y profesores privados de sus cátedras por motivos políticos. Por allí pasaron Julián Marías, Ramón Carande y Xavier Zubiri. El propio Bergamín, a su vuelta del exilio, se benefició de ese mecenazgo.

José Antonio Muñoz Rojas dice que ya no escribe: "Aunque siempre es una tentación. Pero no lleva a ninguna parte: nunca se termina de escribir. Después de tanto tiempo, uno no sabe para qué sirve hacerlo. Quizá lo sepan los lectores. Yo no". ¿Le da ilusión alcanzar los 100 años? Niega con la cabeza. Luego dice: "Es absurdo llegar a esta edad. El mundo ha cambiado mucho. Antes la vida era más entretenida, más intensa, el tiempo pasaba más lento. Había más aventuras".

Un clásico vivo

- 1909. Muñoz Rojas nace en Antequera el 9 de octubre.

- 1951. Publica Las cosas del campo, su libro más popular.

- 2002. Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

- 2009. El 8 de octubre se inaugurará en su ciudad natal un congreso internacional sobre su figura. Durante todo el año se analizará su obra en conferencias de escritores como Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Fernando Ortiz y Antonio Carvajal.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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