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Análisis:59ª edición de la Berlinale
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Tom Tykwer y sus banqueros tenebrosos

Carlos Boyero

La nueva modalidad sádica de Iberia, consistente no ya en que los monitores del aeropuerto te avisen de esa circunstancia tan habitual de que la salida de tu avión se retrasa, sino que te introduzcan en ese espacio claustrofóbico y una vez dentro te informen de sucesivas y marcianas razones que van a demorar el despegue hasta 160 minutos sobre la hora anunciada en el billete, te permite, en vez de algo tan inútil como maldecir a tus verdugos, hacer tiempo imaginando el careto de iglú que se te va a poner en el momento que pises el normalmente gélido suelo de Berlín. También en las sorpresas que te puede deparar la programación de la Berlinale.

Pero al aterrizar compruebas que no hay osos polares por la calle, que hace el mismo y llevadero frío que en Madrid. En cuanto a la programación, hay películas y directores que inicialmente crean expectativas, junto a popes ancianos e inamovibles en el ritual selectivo de los festivales de cine, como el portugués Oliveira, el griego Angelopoulos y el polaco Wajda, autores que suponen garantía de arte para cualquier organizador de estos intelectuales eventos, pero que a mi sufrida experiencia le provocan anticipados temblores. Ojalá que los viejos maestros nos hagan felices a todos, a sus eternos feligreses y a los frívolos que casi nunca captamos su profundo universo, pero también que aparezcan esas películas sin referencias y maravillosas que justifican la visita a estos templos de la cultura con inquietudes.

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Invierno del descontento berlinés

En la primera jornada no hay excesivas colas en las oficinas y en las salas de cine del festival. Tienes la sensación de que hay menos público, informadores y rostros vagamente familiares que en los años anteriores. Y deduces con mosqueo que lógicamente la crisis también se está cebando con este oficio, que la cómoda tarea de hablar de cine se va a poner tan cruda como eso tan duro de colocar ladrillos.

Han elegido para la inauguración de la Berlinale The international, una película que habla con aceptable lucidez de los auténticos malos, de los que siempre disponen de escandalosos privilegios a costa de lo que sea, de los reyes de un sistema hecho a su medida y en el que los poderosos lacayos se encargan de hacerlo invulnerable. O sea, habla de los banqueros, de los que tendrán permanentemente a la gente endeudada con ellos y que fabrican un código regido exclusivamente por un término denominado ganancias.

La dirige el alemán Tom Tykwer, señor que comenzó moviéndose en el prestigioso underground y que ha acabado en el mundo de las superproducciones con pretensiones de mensaje, como El perfume o The international, película deudora en la forma y en el fondo de la triunfante saga que protagoniza Jason Bourne. Por tanto, hay multitud de escenarios, una trama de acción y de intriga obsesionada con que el ritmo no decaiga ni un instante, personajes solitarios enfrentados a una corrupción apocalíptica, conclusiones desoladoras sobre la metodología siniestra y la ausencia de reglas morales de los que dirigen el gran tinglado.

Nada resulta sorprendente en ella, pero está bien contada la investigación de un aterrorizado policía de la Interpol cuya especialidad son los delitos financieros y que se introduce en las sombrías actividades de un modélico banco de Luxemburgo dedicado al blanqueo de dinero y al tráfico de armas sin discriminaciones ideológicas. The international también puede presumir de una larga y frenética secuencia que recrea una batalla entre asesinos profesionales en un lugar tan impensable como el Museo Guggenheim de Nueva York. Es un producto deliberadamente comercial, resuelto con soltura, ambientado con mimo y que no se permite la irresponsabilidad o la trampa de concluir con el triunfo de la justicia y la legalidad. Hasta el más tonto sabe que las administran los villanos, pero las ficciones siguen empeñadas en hacer grandes taquillas tranquilizando al público con el improbable fracaso del mal.

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