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Crítica:PINTURA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una mirada novelesca sobre la ciudad desnuda

Eduardo Úrculo

El escritor norteamericano Williams B. Arrensberg, prologuista de la exposición que presenta Eduardo Úrculo (Santurce 1938), hace el mejor retrato que cabe de este pintor, una de las figuras emblemáticas del pop español. Para lograrlo, Arrensberg simplemente se ha limitado a relatar, con el punto de vista de un novelista, la historia de cómo y cuándo conoció a Úrculo y las vicisitudes de sus ulteriores encuentros y reencuentros, el último de los cuales cierra, en el marco de Nueva York, el argumento de una fábula. La fábula biográfica de E. Úrculo no se asienta en el conjunto de circunstancias exóticas que la adornan, que las ha habido ciertamente, pero no en la medida que pueda pensarse en él como un simple aventurero, sino en que, le pase lo que le pase o haga lo que haga, él mismo es inseparable de lo mítico, de una pasión encadenada, de un universo constituido por fascinaciones.

Galería Sen. Núñez de Balboa, 37.

La última es la ciudad. No cualquier ciudad, sino la ciudad como mito: Nueva York. Arrensberg, que sabe que esta fascinación eventualmente traspasa los márgenes del tipismo local, titula el acontecimiento La ciudad desnuda. La ciudad es, por lo demás, un tema genuinamente pop, aunque enseguida apreciaremos, en la interpretación que hace Urculo cómo es posible salirse por la tangente y, a costa del mito urbano, acabar paradójicamente desnaturalizando al mismo pop.Lejos quedan ya, en efecto, las técnicas aerográficas, los colores planos y las carnes de plástico de aquel Úrculo de los sesenta fascinado por Wesselman. Primero cambió la temática -series de la noche, de los mitos astrales, de la fecundidad, de las naturalezas muertas-; más tarde incluso transformó la técnica pictórica, recuperando la manualidad, que le hizo volverse sobre el dibujo, el pastel, el contorno sombreado y cierta aspereza matérica. En la exposición madrileña de 1984, donde esta progresiva transformación alcanzó su punto crítico, Úrculo plasmó incluso una nueva concepción romántica de la temporalidad a través de la evocación de lo ausente: paisajes y objetos como ámbitos de la nostalgia.

Madrid. Del 17 de noviembre al 10 de diciembre.

La peregrinación actual por la ciudad desnuda, en la que continúa con la incorporación testimonial del espectador en la escena pintada a través de su propio autorretrato, siempre significativamente de espaldas, supone una doble mitificación: un Nueva York soñado, pero mediante un sueño pictórico. Quiero decir que úrculo ha recorrido Nueva York tras las huellas de Hopper, la ciudad de los años treinta, solitaria, destartalada, periférica y dominical. Ha recreado, pues, perpendicularmente, una vivencia que alegoriza su creciente sentido melancólico.

La ciudad como mito

Chinatown, el puente de Brooklyn, Central Park, Little Italy o, qué más da, las barras luminosas de neón, la habitación de un hotel dudoso, la chaqueta arrugada sobre la silla, los planos superpuestos de la calle; todo aquí constituye una geografía sentimental de, como él mismo titula uno de sus cuadros, un ego trip, un viaje alrededor de sí mismo, cargado, eso sí, de intensidad pictórica, directa, ingenua y sentimental, como la pasión. Al fin y al cabo es el modo de mirar, más que la vida en sí, lo novelesco en Eduardo Urculo.

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